jueves, 23 de mayo de 2013

Sobre 'Daniela Astor y la caja negra', de Marta Sanz


Leo Daniela Astor y la caja negra, la nueva novela de Marta Sanz, y el blog (este blog) resucita de pronto.

Así por las buenas, sin necesidad de excusas, apuestas o unas cañas de por medio.

Al revés, casi que escribo a contrapelo en el ordenador viejo porque el de siempre se ha roto, esquivando mil tentaciones y unos cuantos trabajillos de mierda, intentando corregir por enésima vez la nueva novela y, sobre todo, luchando contra la pereza primaveral que este año más que nunca parece infinita, monstruosa, inabordable.

El universo entero convertido en un bostezo.

Pero es que hay que hacerlo.

A ver, Daniela Astor y la caja negra es una novela de Marta Sanz. O sea, una novela hipnótica y exigente, a ratos inquietante e incómoda y a ratos juguetona e irónica, un desafío y un caramelito para el lector. Pero un caramelito, ojo, que puede ser peligroso.

Sí, y ésta es la primera buena noticia: las novelas de Marta Sanz son esos caramelos con droga de los que nos hablaban en la infancia para que desconfiáramos de los desconocidos y que hemos estado esperando toda la vida. Los chupas y saben a mil sabores distintos. Sabores que nunca has probado antes y tan pronto te dan un poco de risa como te hacen sentir un miedo muy extraño. Un miedo que tiene que ver con darte cuenta de que las cosas quizá sean de una forma muy distinta a como las habías imaginado siempre. Un miedo también relacionado con notar que el suelo se mueve bajo tu pies o con descubrir que dentro de ti hay un pequeño y miserable hijo de puta. Digo pequeño y miserable hijo de puta por decir algo, que nadie se dé por aludido. Era sólo un ejemplo.

Los libros de Marta Sanz siempre te hacen más listo. La idea no es mía, me la comentaba el otro día alguien en una fiesta de disfraces. Juro que la anécdota es cierta. Puede que te hagan también mejor persona. O, al menos, una persona distinta, que es lo que hacen siempre los libros que de verdad merecen la pena: según los lees, empiezan a pasar cosas dentro de ti. Algo se rompe, algo cambia, algo surge, aunque sea pequeño.

Eso para empezar y como generalidad sobre Marta Sanz. Ahora Daniela Astor y la caja negra.

La historia es muy sencilla. O no. Catalina H. Griñán, mujer de unos 50 años, escribe el guión de un documental sobre las actrices del destape con las que soñaba cuando tenía 12 años y jugaba con su amiga Angélica a ser como ellas.

Por un lado, se nos cuenta la vida de esas mujeres: Amparo Muñoz, Bárbara Rey, Sandra Mozarowsky (alucinante su historia y las teorías de la conspiración en torno a ella), etc.

Por otro lado, Catalina reconstruye desde la madurez su paso de la infancia a la adolescencia, se mete en una piel que hace años dejó de ser suya, y revive un episodio muy dramático que es el verdadero eje de la novela. Luego hablaremos de él aun a riesgo de joderle la historia a quien todavía no la haya leído.

Lo primero que sorprende de Daniela Astor y la caja negra es que consigue una de las cosas más difíciles en literatura: desprende autenticidad. No hablo de verosimilitud, no es que resulte creíble, eso es más o menos fácil, hablo de cierta intimidad, intimidad no babosa. Hay una voz que te cuenta algo muy personal e importante, necesario. Es una voz sin fisuras, como la de otras novelas de Marta Sanz, pero ahora se vuelve aún más incuestionable si es que eso es posible. Catalina habla y nosotros sólo podemos callarnos y escucharla. Estamos obligados a ello. El vínculo que esta voz establece con el lector es muy intenso.

Y ese vínculo, a medida que avanza la historia, se estrecha y se estrecha cada vez más.

Porque encima esta novela tiene algo de trampa (no de tramposa). Tú entras y lo primero que ves es a dos preadolescentes jugando, fantaseando y riéndose. Pero poco a poco se va volviendo todo mucho más serio y te va quitando el espacio que tenías a tu alrededor para moverte con libertad, para salirte si no te gustaba o para levantarte e ir al baño. No es sólo que te atrape, es que te obliga. Otra vez vuelve la obligación, casi en un sentido moral y casi como una fuerza física. Es una obligación que tiene que ver con el desarrollo de la historia y del propio personaje, con el telón de fondo de la novela. Incluso después de acabarla, permanece el vínculo. No es un libro que cierras y ya está: a otra cosa, mariposa. Es un libro que no terminas de cerrarlo del todo. Para bien o para mal te acompaña. Y te sigue obligando.

Daniela Astor y la caja negra te acompaña y te obliga porque te cuestiona. Te hace plantearte ciertos temas y cuál es tu posición respecto a ellos. No se trata de algo meramente intelectual, de yo pienso esto o pienso lo otro pero da igual porque ambas posiciones son perfectamente intercambiables y no influyen en mi vida para nada. No, es justo lo contrario, y de eso habla la novela: de cómo las ideas y las imágenes determinan la realidad y se encarnan en ella, de los modelos que se nos transmiten desde el cine, desde los medios o desde la literatura, de cómo forjamos nuestra identidad a partir de unos sueños y unas fantasías que son una auténtica mierda, como dice la protagonista nada más empezar la historia.

Catalina a los 12 años juega a ser Daniela Astor, actriz rubia natural con un lunar sobre su carnoso labio superior, un descapotable y un magnate que pretende casarse con ella. Catalina –tan inteligente, tan cabrona, tan tierna en el fondo y sin querer reconocerlo, tan frágil y tan cínica, tan adorable– juega y no es que nosotros juguemos con ella, es que sus juegos son los nuestros, entonces –finales de los 70– y ahora. Sus fantasías son las que determinan y configuran la vida de tantas y tantas mujeres en las últimas décadas y en actualidad. Y las que mandan sobre el deseo de los hombres. O sea, también sobre sus vidas. Hablo de modelos de belleza, pero sobre todo de modelos de vida. Hablo de exigencias impuestas desde fuera, de un bombardeo constante, de eso tan bonito y tan foucaultiano de ver cómo el poder, un poder ciego y difuso, toma el control de los cuerpos, los penetra, los posee o los destroza llegado el caso. Hablo, por ejemplo, de ese proceso mediante el cual el cuerpo, en este caso el cuerpo femenino, se convierte en objeto de consumo. Y de consumo en un doble sentido: el de las portadas del Interviú, por ejemplo, a las que Marta Sanz dedica un brutal capítulo en las novela y que explica muy bien por qué todas o casi todas esas actrices del destape acabaron tan mal: no eran más que carne para la inmensa picadora de un país que jamás renunció a su miseria moral y política. Objeto de consumo también en el sentido de ampliación del mercado, de creación de toda una series de ansiedades y necesidades nuevas relacionadas con el cuerpo. Esa obsesión que a nosotros nos parece tan natural pero que nuestras abuelas jamás sintieron por tener un buen culo, o unas grandes tetas, o gastar un altísimo porcentaje de sus ingresos en baratijas del Zara fabricadas en cualquier taller de Bangladesh, donde sus trabajadores encima tienen el mal gusto de morirse de pronto de cien en cien o de mil y mil, y nos recuerdan así, aunque no lo pretendan, cuál es el carísimo precio que pagan algunos por nuestros estúpidos caprichos. 

Daniela Astor y la caja negra habla del origen de todo esto y de los mecanismos que lo perpetúan, y por eso a mí no me parece tanto una novela sobre la Transición o el destape (que sí, que también) como una novela sobre nosotros, absurdos ciudadanos en crisis del siglo XXI.

Podría decir también que algo muy parecido ocurre con los hombres, pero no sería del todo cierto, o no sería en absoluto cierto, e implicaría abrir un debate que excede las pretensiones de esta reseña.

Y cuidado, porque a partir de aquí pueden filtrarse detalles de la trama y de la novela que se la joderán a quien no la haya leído y quiera hacerlo.

Daniela Astor y la caja negra trata otro tema espinoso: el aborto. De nuevo el poder y los cuerpos. Pero esta vez la dominación se ejerce por medios mucho menos sutiles, la presión es tan real y tan primitiva como una pareja de la policía que detiene y lleva a la cárcel a una mujer por abortar en esa España de los 70 en la que supuestamente muchas otras mujeres se estaban liberando a sí mismas y al resto por desnudarse en el cine o en las revistas.

Marta Sanz plantea el tema del aborto de una forma muy valiente: sin gilipolleces. No elige a una adolescente, ni a una mujer violada o en la miseria más extrema, o a punto de parir un bebé enfermo y que se pasará toda su vida sufriendo en una cama. Tampoco explica los motivos de esa mujer para abortar. No quiere entrar ahí. Incluso la enfrenta con su marido al tomar la decisión. Marta Sanz plantea el derecho de la mujer a elegir de manera rotunda y absoluta.

Tan rotunda y tan absoluta que, ay, puede hacer que durante su lectura surjan mil dudas y cierta incomodidad, puede también que algunos desacuerdos, al mismo tiempo que se disfruta o se sufre (para bien) la novela, mientras te entusiasmas o te emocionas con ella.

Daniela Astor y la caja negra te cuestiona, ya lo advertíamos antes, y puede hacer que brote más de un conflicto latente o más de un ramalazo reaccionario.

Éste, por supuesto, es uno de los mayores halagos para su autora, aunque yo no sé si estoy de acuerdo con ella y al hablar de conflictos, ramalazos y desacuerdos lo más probable es que me refiera a mí, y quizá por eso la tal Daniela o la tal Catalina me hayan revuelto tanto (otra vez para bien), y me persigan desde entonces. No consigo quitármelas de encima.

Quizá por eso, supongo, tenía y quería escribir esta reseña que lleva semanas dando vuelta en mi cabeza y unos cuantos días aquí abierta como un borrador que escribo y reescribo, corrijo y corrijo, sin que termine de convencerme. O sin que me convenza en absoluto.

Y es que la sensación que prevalece es la de no haber llegado ni siquiera a rozar la novela. Se me quedan demasiados temas, demasiadas escenas y demasiados personajes que ni siquiera he mencionado. Si Marta Sanz es siempre mucho más lista que tú y te excede en todo, hagas lo que hagas, esta vez se ha crecido aún más y por esta novela desfilan lo mismo magistrales escenas de iniciación sexual inspiradas en las películas de terror de la época que una durísima crítica a determinada izquierda o una relación entre una madre y una hija llena de rencores, reproches y cariño, que es como para ponerle un piso. Hay también momentos para la emoción, una emoción contenida, en absoluta sensiblera o manipuladora, y hasta aparece Sálvame, sí, sí, Sálvame, el programa de televisión en un final apoteósico que mete hostias como panes a ese otro gran escritor e intelectual llamado Jorge Javier Vázquez.

Nadie escribe como Marta Sanz y en Daniela Astor y la caja negra lo vuelve a demostrar.

Por eso, si has llegado hasta el final de esta reseña eterna y fracasada tengo una mala noticia que darte: has perdido el tiempo de la manera más boba.

Déjalo ya, corre a la librería o la biblioteca, y hazte con un ejemplar. Descubrirás que los caramelitos con droga existen y que después de probarlos ya nada vuelve a ser igual.

(Lo de Jorge Javier es coña, claro. Lo de gran intelectual y escritor. Pero las hostias no, esas aparecen en la novela y van muy, muy en serio.)