domingo, 24 de abril de 2011

Resaca de Sant Jordi 2011


24 de abril, domingo de Pascua, último día de la Semana Santa, al menos en Madrid.

Me despierto poco antes de que empiecen las carreras de caballos.

Sobre la mesa del salón siguen los libros de Sant Jordi: el que regalé y el que me regalaron.

Regalé La última noche (ed. Salamandra), de James Salter, un libro de cuentos. Cuentos de amor. Muy, muy cabrones. Aún recuerdo lo que me afectó en su día. Hay un poco de todo, pero todos desgraciados. Desgraciados sin el menor romanticismo, de la forma más áspera y real, con frases como ésta:

Uno nunca tiene la compañía humana que desea. Siempre es algún sustituto.

Me regalaron Paprika (ed. Atalanta), de Yasutaka Tsutsui. Es la primera novela suya que publican en España. Hasta ahora sólo habían traducido sus cuentos: muy frikis, muy bestias, muy divertidos, muy inteligentes. Hablé de ellos en relación con otra resaca.

Paprika va, por lo poco que cuenta la solapa, de sueños, de un psiquiátrico donde experimentan para introducirse en ellos y controlarlos, y de cómo eso acaba convirtiéndose en una gran conspiración para dominar el mundo. Creo.

Es ciencia ficción.

No me costó elegirlo, fue un flechazo: en cuanto lo vi quise que me lo regalaran, aunque había muchos otros libros apetecibles. Quizá influyó el que llevara todo el día leyendo cuentos en el móvil de Philip K. Dick, otro grande de la ciencia ficción.

La literatura del siglo XXI o es ciencia ficción o no me interesa.

La literatura del siglo XXI o es grotesca o es mierda pretenciosa y vacía.

La literatura del siglo XXI o es excesiva o está muerta.

Exagero, claro.

Pero en el fondo, o de alguna de las muchas maneras posibles, lo que digo es cierto.

Más ciencia ficción:



Es la canción más bonita que he oído en mucho tiempo (sí, bonita) y grotesca. O si no, al menos irónica.

Que la vuelta no os resulte muy dura.

sábado, 5 de marzo de 2011

Postal desde Marruecos (sólo un poema de Beckett enviado a la vuelta)


bien bien hay un país
donde el olvido donde pesa el olvido
dulcemente sobre mundos sin nombre
allí a la cabeza se le hace callar la cabeza es muda
y se sabe no nada se sabe
muere el canto de las bocas muertas
sobre la arena de la playa hizo el viaje
no hay nada que llorar

mi soledad la conozco vamos la conozco mal
tengo tiempo eso es lo que me digo tengo tiempo
pero qué tiempo hueso hambriento el tiempo de un perro
del cielo que palidece sin cesar mi grano del cielo
del rayo que trepa ocelado temblando
sobre mieras de tinieblas de años

queréis que vaya de A a B yo no puedo
no puedo salir estoy en un país sin huellas
sí sí es algo hermoso lo que tenéis ahí es algo hermoso
qué es no me hagáis mas preguntas
espiral polvo de instantes qué es lo mismo
la calma el amor el odio la calma la calma
(El poema lo copio de Obra poética completa, de Samuel Beckett, claro, editado por Hiperión y traducido por Jenaro Talens.)

(La foto es sólo una constatación de que la revolución allí aún no ha llegado aunque las vacas sí, ellas ya llevan pendiente. Un pendiente que se llama TRAZABILIDAD.)

martes, 15 de febrero de 2011

La industria editorial encuentra por fin el modelo de negocio que la va salvar de la crisis, la piratería y el apocalipsis: ¡MUJERES DESNUDAS!

No, no es coña, es un anuncio italiano para vender libros:



La protagonista es Ruby Robacorazones.

La supuesta sobrina de Mubarak, la mujer por la que Berlusconi podría acabar en la trena, la que ahora se ha propuesto hundir a los bancos y salvar la industria editorial...

Por suerte hay otro tipo de mujeres.

Por suerte hay hombres que escriben sobre ellas.

O mejor, que escriben sobre sus relaciones con ellas.

Por suerte esos libros merecen la pena.

Yo estas semanas he leído dos.

El primero se llama Epígrafe (Ed. Periférica), de Gordon Lish.

El segundo es A la caza de la mujer (Ed. Mondadori), de James Ellroy.

Los dos son extraños y retorcidos, los dos son sinceros e histriónicos.

Los dos son muy distintos.

A ver si en breve me escribo una entradita sobre ellos.

domingo, 16 de enero de 2011

Algunas cosas que Thomas Bernhard no podía soportar



Tengo que escribir algo (cuatro líneas, quizá sólo dos) sobre Thomas Bernhard para otro sitio y las primeras palabras que me salen son rabia, enfermedad, muerte, odio hacia su propio país (Austria) y sus habitantes (los austriacos), odio hacia sí mismo...

... También genio, coherencia, ensimismamiento, párrafos obsesivos y casi eternos en los que da gusto perderse...

... Y más rabia, y más muerte, y más me cago en todos vosotros, nazis, cabrones, pobres de espíritu, miserables...

¿Existe algún vínculo entre Austria y España?

¿Tal vez el catolicismo?

Aunque ellos tienen a Sisi como símbolo nacional y nosotros la mayor tasa europea de paro, precariedad y explotación.

O sea, somos superiores y supongo que por eso Thomas Benrhard nos quería tanto:



Pienso también en El sobrino de Wittgenstein, la frase que encabeza el libro:
Doscientos amigos
asistirán a mi entierro
y tú tendrás que pronunciar un discurso
ante mi tumba
Me obsesiona esa frase que no es suya, sino de su amigo Paul Wittgenstein, y que suena como una maldición, o una condena, como un deseo sádico y narcisista, y que exige, por supuesto, una media sonrisa como respuesta, y pedir otra ronda, y seguir diciendo tonterías, y llegado el momento, no cumplir, de ninguna manera, ni discurso ni acudir al entierro ni siquiera visitar la tumba.

Luego, sí, muchos años después, Bernhard escribió uno de los grandes, grandísimos, libros sobre la amistad, ese El sobrino de Wittgenstein.

Pienso en Trastorno, pienso en Extinción, pienso que hay un montón de obras suyas que aún no he leído, y eso por un lado es bonito (sí, bonito), anima a seguir, pero por otro, cabrea: leo mil mierdas por motivos de trabajo (y mil maravillas), pero nunca encuentro tiempo, por ejemplo, para leer a Bernhard.

Aunque anoche, sí, en el sofá, leía sus poemas, editados por La uña rota, en un libro que en realidad son tres y que se llama Así en la tierra como en el infierno - Los locos Los reclusos - Ave Virgilio. Tres poemarios con cosas como ésta, fragmento del poema París:
No lo soporto ya, ser menos que el vendedor de espárragos,
ser menos que la adivinadora y menos que
el cura, que da con el pie al cacharro de agua bendita de Notre Dame.
No lo soporto ya, ser más pobre que el mendigo
que se ha guardado mis últimos diez francos sin decirme «bon jour»,
más pobre que las furcias y los niños que, bajo los castaños,
chupan helados con la lengua del diablo,
que parecen las lenguas de ese mundo cálido, centelleante y casual.
Ninguno de ellos tienen nombre, no se llaman primavera, ni verano,
ni invierno, llevan el hermoso nombre común de PARÍS
y se los puede ver de noche con bocas abiertas
y mejillas hundidas, silenciosos y roncos ante los dolores terrenales
que les ha enseñado la ciencia,
para que puedan acusar a Dios.
Más sobre el libro, o los tres libros, aquí.

Y este enlance es sólo para Don Zana.