viernes, 30 de abril de 2010

Motivos para el viaje (Tulsa, Margarit y otra vez Doctorow)

Hay viajes atormentados:



Y hay viajes en busca de un poco de luz:
Viajar es arriesgado pero a veces me muevo
–las espinas haciendo de muletas–
y, por torpe, las olas me revuelcan.
En el mar peligroso busco la roca
de donde no haya de moverme nunca.
En la armadura soy mi propio prisionero:
una prueba de cómo, si no hay riesgo,
la vida es un fracaso.
Afuera está la luz y canta el mar.
Dentro de mí la sombra: la seguridad.
Lo anterior es un fragmento de Erizo de mar, poema de Joan Margarit incluido en el libro El primer frío y editado por Visor, no me convence demasiado, oscila entre cierta cursilería y la obviedad, pero Margarit, en general, es grande y transmite la idea que quería.

Hay también quien viaja después de leer un libro, casi como si huyera.

Porque hay libros que te afectan físicamente, ya se ha dicho aquí otras veces, y hay libros que van un paso más allá y te revuelven por dentro, te sitúan en una encrucijada, o te recuerdan que estás en una encrucijada, y te plantean determinadas exigencias.

A mí me ha pasado con Homer y Langley, de E. L. Doctorow y editado por Miscelánea.

Homer y Langley es un libro sobrecogedor y maravilloso (sí, maravilloso), capaz de emocionarte y que al mismo tiempo, te pone los pelos de punta.

Entras en él como quien entra en una catedral: en silencio, andando muy despacito, aguantándote la ganas de arrodillarte y ponerte a rezar.

O al revés, aguantándote las ganas de gritar, de profanar el altar mayor, de atacar al Cristo.

Ante la historia de los hermanos Collyer, Homer y Langley, sólo puedes sentir eso: fascinación y horror.

Y asco, y miedo, y piedad.

Pero de Homer y Langley mejor hablamos otro día y así yo sigo exagerando un ratito y poniéndome histriónico.

Ahora no.

Ahora me voy de viaje.

Sed buenos todos.

martes, 27 de abril de 2010

Nuevas visiones del apocalipsis (sobre 'Dios ha muerto', de Ron Currie)


Leo Dios ha muerto, primera novela de Ron Currie, editada por Seix Barral y traducida por Pedro Donoso.

Dios ha muerto empieza muy bien: Dios decide reencarnarse y lo hace en el cuerpo de una mujer africana que busca a su hermano en un campo de refugiados de Darfur.

Colin Powell anda por ahí, muy cabreado porque Bush nunca se le pone al teléfono y porque le han elegido Secretario de Estado sólo por ser negro pero por eso mismo también le odian y le desprecian, y encima los sudaneses le ven tan blanco que ni siquiera le consideran negro.

Colin Powell, con su gran todoterreno, su aíre acondicionado y su ejército de guardaespaldas, ve a la mujer y aunque no sabe que es Dios, decide ayudarla, pero lo lía todo aún más, y a ella, o sea, a Dios, la matan y vienen unos perros y se lo comen y los perros empiezan a hablar y le dicen a todo el mundo que se han comido a Dios y que sabía muy mal y que ya está, que Dios ha muerto.

Un gran principio, porque además es un Dios impotente, y horrorizado ante el mundo que ha creado, y con una herida en la pierna llena de gusanos, y que se siente culpable, y que sufre el calor, y que intenta hacer algo por los hombres, darles de comer, por ejemplo, pero que ni siquiera eso puede.

A partir de ahí, Currie nos cuenta qué pasa en el mundo después de conocerse la muerte de Dios a través de distintas historias, que bien podrían funcionar como relatos independientes, con distintos personajes y distintos planteamientos.

Hay suicidios, hay historias de amor, hay gente que busca sustitutos de Dios y hay guerras, pero ya no por motivos religiosos sino por cuestiones filosóficas: los psicoevolucionistas contra los antropologistas posmodernos.

A veces es muy violento y a veces te ríes.

A veces también tienes esa sensación que se tiene siempre ante las buenas historias de ciencia ficción: sabes que, en el fondo, de lo que te están hablando no es ni de marcianos ni de otras dimensiones, sino de ti y del mundo que te rodea.

A veces, incluso, este Currie tiene ideas tan buenas, tan lúcidas y tan disparatadas que hasta te recuerda a Chuck Palahniuk.

Pero a veces se vuelve un poco tostón y de las nueve historias del libro algunas son muy flojitas.

Y cuando ya llevas un rato con esa sensación tan desagradable y tan triste, y empiezas a mirar cuantas páginas faltan para que se acabe, y la decepción parece que se lo va a llevar todo por delante y te va a dejar un mal sabor de boca, entonces, ya que estamos hablando de Dios, ocurre el milagro.

Sí, el milagro, un relato o capítulo final que se llama Retirada y que es lo mejor de todo el libro, mejor incluso que el principio, uno de los mejores relatos de ciencia ficción que he leído en mucho tiempo. Grande, inmenso, fantástico.

Respiras aliviado, sonríes y te dices a ti mismo: ¿cómo podría digerir yo esto?

Y te acuerdas del último vídeo de M.I.A., del que hablaban hoy en uno de los blogs de El País, y comprendes que sí, que los dos, el vídeo y Currie, tienen el mismo espíritu, aunque donde el vídeo pone música, Currie va y pone su sentido del humor.

Muy bueno este Currie, muy diferente, habrá que seguirle la pista.

M.I.A, Born Free from ROMAIN-GAVRAS on Vimeo.

domingo, 25 de abril de 2010

La Tarde/Noche de los Libros 2010 (impresiones y hasta una minireseña de 'Bilbao-New York-Bilbao', de Kirmen Uribe)


Madrid, 23 de abril de 2010...

*
A media tarde, hay una gran cola en la Casa del Libro. Tan grande como la que suele haber todos los años la víspera de Reyes. No hay nadie firmando, no hay música, no tienen lo que yo busco. Compro Hollywood Babilonia para regalarlo. Después de pagar digo: "gracias". Ni siquiera responden. ¿Por qué siempre acabo volviendo a la peor librería de Madrid? Por comodidad, claro, y por masoquismo, y porque luego me da mucho juego para quejarme y llorar un poquito en este blog.

* En Abac, que es otra cadena de librerías, tampoco tienen lo que busco. Pero son amables: sonríen, miran en el almacén, responden cuando das las gracias...

* En Abac hay una orquesta en la puerta y una escritora a la que han sentado en una mesa rodeada de libros suyos para firmarlos.

* A mí los autores que firman sus libros siempre me producen una extraña piedad. Si no firman, se les ve perdidos y como avergonzados, disimulan, no saben a dónde mirar, se replantean toda su vida y sus carrera, imagino: los errores que han cometido, los libros que no han escrito, las personas a las que querían y nunca debieron abandonar...

* Pero es aún peor cuando tienen una gran cola de gente esperando porque entonces yo siempre imagino que son lectores furiosos que van a pedirles cuentas: ¿cómo has podido escribir semejante mierda?, ¿por qué has matado a tal personaje?, ¿me devuelves el dinero del libro y me pagas una indemnización por el tiempo que he perdido leyéndolo o te parto las piernas?

* Tampoco en la librería de mi barrio tienen lo que yo busco.

* Lo que yo busco son Las crudas, de Esther García Llovet, y si no, Las primas, de Aurora Venturini.

* Por la noche me acerco al Círculo de Bellas Artes. Kirmen Uribe y Quique González van a hacer algo juntos. Algo, no sé muy bien qué.

* Kirmen Uribe es el último Premio Nacional de Narrativa por su novela Bilbao-New York-Bilbao, editada en euskera por Elkar y en castellano por Seix Barral. También escribe poesía.

* De Bilbao-New York-Bilbao no he escrito aquí. Quizá sea el momento de hacerlo ahora. Bilbao-New York-Bilbao es una mezcla del rollito Nocilla con un espíritu tipo Manuel Rivas. Por un lado es muy, muy moderno y hace todas esas cosas que hacen los nocilleros: el autor se incluye a sí mismo como personaje (autoficción), mete también artículos de la Wikipedia y fragmentos del diario de un niño de 12 años (intertextualidad), te va contando como escribe la novela y cómo quiere que sea (metaliteratura o work in progress), etc. Pero en lugar de plantearlo en un paisaje digital, hipermoderno o mutante, los referentes de Uribe son sus raices, su historia, su familia y el País Vasco.

* Lo bueno de Bilbao-New York-Bilbao es que esa mezcla funciona y que tiene fragmentos estupendos, sobre todo cuando habla del mar, las olas y los marineros. Lo malo es que es muy blandito, incluso ñoño a ratos, demasiado sentimental y demasiado políticamente correcto. Cuestión de sensibilidades, supongo.

* Kirmen Uribe en vivo y recitando sus poemas o fragmentos de Bilbao-New York-Bilbao es como en su novela: buen tío, con talento, pero blandito.

* Quique González para algunos es un coñazo. Pero a mí me gusta. Mucho, mucho, mucho.

* Quique González empieza con esta canción, Doble fila, una de las mejores canciones sobre el adulterio que se han escrito jamás (sí, adulterio: Ayuntamiento carnal voluntario entre persona casada y otra de distinto sexo que no sea su cónyuge, según la RAE):



* Pero Quique González no canta esta canción, Avería y redención, y a mí me hubiera gustado oírla:



* Entre Kirmen Uribe y Quique González hay muy buen rollo: uno canta con la guitarra o el teclado, el otro recita y comentan que van a hacer algo juntos. Lo cometa Quique González: dice que le está poniendo música a algunos poemas de Uribe.

* Salgo del Círculo. Pienso en Del Diego. Creo que es el único sitio de Madrid donde voy a poder tomarme una copa después de casi un mes a palo seco. Me imagino entrando, como Jack Nicholson en El resplandor:



Pero en lugar de una botella de bourbon, yo diré: por favor, prepárame algo que no tenga ron, por si se me cierra la traquea, y que tampoco sea ni ácido ni amargo, por si mi estómago revienta, ponme algo dulce y suavecito, pero que no sea un puto zumo de melocotón, algo con un poco de alcohol y que me haga terminar esta Tarde/Noche con una sonrisa.

Una sonrisa y ni un libro más.

Hoy no más libros.

Hoy sólo sonrisas, copas dulzonas y absurdas, y 10 o 12 horas por delante para dormir de un tirón.

Eso y felices sueños.

jueves, 22 de abril de 2010

Esperanza Aguirre, Doctorow y el espíritu del Día del Libro


Mira la foto: ese es el espíritu.

Mírala porque parece que esté en un mercado: con ese gesto, tan popular, casi ordinario, como la encargada de un puesto de carne o de pescado (no, no voy a decir verdulera), que anuncia a gritos el género y lo exhibe orgullosa.

La veo, veo a la PRESIDENTA con un libro en la mano y siento un escalofrío, porque yo siempre que la veo a ELLA siento un escalofrío, y hasta un estremecimiento, no sé por qué. O sí, sí que lo sé y por eso mismo no pienso decirlo.

Pero hoy no me da miedo: la PRESIDENTA no me amenaza con ese libro que tiene en la mano.

La PRESIDENTA anuncia la fiesta.

Y me gusta cómo lo hace porque no se pone seria ni circunspecta ni con cara de estreñida.

La PRESIDENTA parece poseída por el mismísimo Sant Jordi, anima a regalar libros, y yo, quizá por primera vez en la vida, no siento ganas de llevarle la contraria.

Está bien regalar libros, y que los libros salgan a la calle, y que te hagan un 10% de descuento, y que por un día se hable de libros (aunque sólo sea un día), y que se formen colas por el rollo fetichista de las firmas, y que la gente entre en las librerías.

Está bien perderle el miedo a los libros: tocarlos, olerlos, abrirlos al azar o por el principio, hojearlos, buscar uno que merezca la pena, reírte de otros, huir de aquellos que sabes que sólo contienen basura.

Está bien esa actitud e ir a las librería como se va al mercado en día de fiesta, aunque a algunos les parezca ordinario y muy poco elevado.

O sea, tratar a los libros como se trata a un filete o una sardina o una manzana: algo con lo que se puede disfrutar y que a la vez te alimenta y te permite seguir viviendo y etc, etc, etc.

Con respeto.

Y quizá hasta con amor (sí, con amor).

Pero sin la menor solemnidad.

Sin pedantería.

Sin hacer todo lo posible para que el aburrimiento cause decenas de víctimas mortales (y cuantas más, mejor).

Ojalá el Día del Libro, o la Noche de los Libros, sirva para eso.

Ojalá mucha gente de la que no suele ir a las librerías, o que va poco, se acerque a una de ellas y encuentre uno de esos libros que te cambian la vida, y que son como un fogonazo, y que después de leerlos, ya no puedes parar.

Ojala, ojalá, ojalá.

Feliz Día del Libro a todos.

O Feliz Sant Jordi.

(¿Y Doctorow? Doctorow, E. L. Doctorow, es el autor de Homer y Langley, el libro que yo mañana me voy a regalar a mí mismo: supersolipsista, Juan Palomo, yo me lo guiso yo me lo como. O no, para nada, en realidad es sólo un capricho.)

martes, 20 de abril de 2010

Sólo en sueños soy tan deplorable (sobre 'Sueños', de Franz Kafka)


Contar los sueños debería estar prohibido.

Por impúdico.

Y porque casi siempre son un coñazo.

Hay aún otro peligro: la mezcla de lo impúdico y el coñazo.

Los sueños suelen ser pastosos.

Nuestro inconsciente es pastoso.

En él se van quedando los restos del día.

Como una fosa séptica: si te asomas, a lo mejor, te acabas ahogando en la mierda.

Imagina que encima la mierda es de otro.

No.

Pero imagina que ese otro es un tal Franz Kafka.

Entonces, las cosas cambian.

Los sueños siguen siendo pastosos, o muy pastosos, incluso, e impúdicos, terriblemente impúdicos.

Pero ya no son un coñazo.

Kafka tuvo sueños tan cotidianos como éste:
Hoy he soñado contigo y con tu padre, podría acordarme de los detalles, pero no quiero pensar en ello. Sólo sé que, estando aún en la puerta, le contestaba: «Puede que simplemente esté enfermo».
Y Kafka también tuvo sueños así:
Quiero interpretar tu sueño. Si no te hubieras tumbado en el suelo entre las fieras, no habrías visto el cielo estrellado y no habrías sido liberada. Tal vez no hubieras sobrevivido a la angustia de la posición vertical. A mí me ocurre lo mismo. Es un sueño común que has tenido por los dos.
Kafka, cuando cuenta sus sueños, dice frases como: "Anoche asesiné por ti" o "Sólo en sueños soy tan deplorable".

Y a veces, él mismo cree que es más útil dormido, por lo que sueña, que despierto. Mientras que otras, ya no soporta tanta actividad inconsciente y se queja desesperado. Dice: "No puedo dormir. No hago más que soñar", y acojona.

En los sueños de Kafka hay teatros infinitos, niñas ciegas y viajes a Laponia.

Y cartas, muchas, muchas cartas.

Y su padre, y Milena, y hasta una pared cubierta de mierda (otra vez la mierda) que él tiene que escalar pero que se resbala.

Kafka nunca reunió sus sueños en una única obra, cuaderno o lo que fuera. Los desperdigó por sus diarios, sus cartas, etc. Ahora la editorial Errata Naturae ha seguido el camino inverso y los ha juntado todos en un librito que se llama Sueños.

Hoy Vila-Matas hablaba de él
en El País y lo calificaba como: "un recuento sobrecogedor, sobre todo cuando comprendemos que ese material (los sueños) se infiltró directamente en su propia biografía".

Lo que no cuenta Vila-Matas es que lo verdaderamente sobrecogedor, o más que eso, lo aterrador, de Kafka, es que ese mismo material, y en general cualquier otro, donde de verdad se infiltra es en la vida de quien lo lee.

Se infiltra.

Se infiltra.

Y se infiltra.

Y yo sé que esta noche volveré a tener pesadillas, como tantas otras noches, pero hoy, por lo menos, serán las pesadillas de Kafka.

(La foto no sé de quién es. La encuentro en una página de MySpace, pero tampoco creo que sea de ahí.)

domingo, 18 de abril de 2010

Un jinete misterioso busca venganza... (sobre 'Aliento a muerte', de F. G. Haghenbeck)


Leo Aliento a muerte, de F. G. Haghenbeck y editado por Salto de Página.

Aliento a muerte es la historia de una venganza: la de Adrián Blanquet, que tras perder una guerra, vuelve a casa y se encuentra que han matado a su padre y a su mujer.

La guerra que ha perdido es la que enfrentó a los partidarios del emperador Maximiliano I con las tropas republicanas en el Méjico de mediados del siglo XIX.

Aliento a muerte tiene algo, o mucho, de western crepuscular: un jinete al que todos creen muerto llega a un pueblo, que también parece muerto, sobre su caballo negro y famélico, etc.

Aliento a muerte a ratos se convierte en un thriller ultraviolento, quizá porque lo primero que hace ese mismo jinete es cortarle los huevos a uno y metérselos en la boca.

Y también Aliento a muerte recuerda a una novela histórica. Novela histórica, eso sí, con espíritu de cómic. O si prefieres, novela histórica traviesa, porque explica muy bien ese momento de la vida de Méjico, aunque lo hace inventándose una exposición de cuadros que no existen pintados por autores que tampoco existen.

Pero sobre todo, Aliento a muerte está lleno de sorpresas, de caprichos y de cierta ironía, de giros inesperados de la historia, de momentos en los que te das cuenta de que nada es lo que parece o lo que tú esperabas, de cocineros enanos y aficionados a los jovencitos que en su día trabajaron para P. T. Barnun, y hasta de prostitutas adolescentes, perversas y además, siamesas.

O sea, muy curioso, muy divertido, pelín retorcido (sólo, pelín) y con momentos estupendos.

¿Y no se le va la mano al autor?

Sí, claro, de tanto dar vueltas y más vueltas, el final se le acaba yendo y le queda un poco pasado de rosca.

Pero da igual, no molesta demasiado.

Y mejor asumir riesgos que contar siempre la misma historia.

Por cierto, hablando de asumir riesgos, una versión del Born Slippy, a cargo de un grupo que no conocía y del que hoy me han hablado. Aún no sé si me gusta, pero su nombre casi me ha hecho llorar: Get Well Soon.

Feliz semana a todos (y gracias, mil, mil gracias a quien me lo ha recomendado y también a quien ha sacado su móvil de última generación y con pantalla táctil para apuntar eso tan bonito: GET WELL SOON).

viernes, 16 de abril de 2010

Hay una cámara dentro de mí (con un relato de Rubem Fonseca)


Hay gente a la que le asusta mucho que le metan cosas por el culo.

A mí, me da más miedo que me metan cosas en la boca.

Las cosas que te meten por el culo pueden doler.

Las cosas que te meten en la boca te pueden matar: envenenado o asfixiado.

A no ser que te empalen, claro.

A mí ahora me van a meter una cámara de televisión o de vídeo, no sé, por la boca.

No, no voy a Sálvame.

Se llama endoscopia.

Mi estómago está tan roto que ya no tolera ni la cerveza.

Y eso es grave.

Muy, muy grave.

Gravísimo.

Me voy corriendo.

Cuando salga, igual me he convertido en otro.

Ojalá.

Mientras, sólo podré pensar en este cuento de Rubem Fonseca.

Se llama Orgullo:
En varias ocasiones había oído decir que por la mente de quien está muriendo ahogado desfilan con vertiginosa rapidez los principales acontecimientos de su vida y siempre le había parecido absurda tal afirmación, hasta que un día ocurrió que estaba muriendo y mientras moría se acordó de cosas olvidadas, de la noticia del periódico según la cual en su infancia pobre él usaba zapatos agujerados, sin calcetines y se pintaba el dedo del pie para disimular el hoyo, pero él siempre había usado calcetines y zapatos sin hoyo, calcetines que su madre zurcía cuidadosamente, y se acordó del huevo de madera muy liso y suave que ella metía en los calcetines y zurcía, zurciendo todos los años de su infancia, y se acordó de que desde niño no le gustaba beber agua y si se bebía un vaso lleno se quedaba sin aire, y por eso permanecía el día entero sin beber una gota de líquido pues no tenía dinero para jugos o refrescos, y que a veces a escondidas de su madre hacía refresco con la pasta de dientes Kolynos, pero no siempre tenían pasta de dientes en su casa, y en el momento en que moría también se acordó de todas las mujeres que amó, o de casi todas, y también del piso de madera roja de una casa en la que había vivido, aunque angustiado no logró recordar qué casa era aquélla, y también del reloj de bolsillo ordinario que rompió el primer día que lo usó, y también del saco de franela azul, y del dolor que lo había hecho arrastrarse por el suelo, y del medico que decía que necesitaba hacerle una radiografía de las vías urinarias, y cuanto más lo cercaba la muerte más se mezclaban los recuerdos antiguos con los recientes, él llegando atrasado al consultorio del médico que ya estaba vestido para salir, ya hasta había permitido que se fuera la enfermera, y el médico con prisa, ansioso como alguien que va a encontrar a una novia muy deseada, mandándole que se quitara el saco, se levantara las mangas de la camisa y que se acostara en una cama metálica, explicándole que a fin de cuentas la radiografía no se tardaría mucho, sólo había que inyectar el contraste y sacar las placas, y el médico se inclinó sobre la cama para aplicar el contraste en la vena del brazo y él sintió el olor delicado de su perfume y pudo observar su corbata de bolitas, y no pasó mucho tiempo cuando empezó a sentir que la laringe se le cerraba impidiéndole respirar y él intentó alertar al médico pero no logró emitir sonido alguno y todas las reacciones vinieron a su mente, la noticia del periódico, el saco azul, el piso de madera, las mujeres, el huevo liso de madera de su madre, mientras el médico en una esquina del consultorio hablaba por teléfono en voz baja, y como sabía que se estaba muriendo golpeó en la cama de metal con fuerza, el médico se asustó y después muy nervioso sacaba los cajones de los armarios, maldiciendo, culpando a la enfermera y diciéndole a él que se calmara, que iba a ponerle una inyección antialérgica, pero no encontraba dónde estaba el maldito medicamento, y él pensó me estoy muriendo sofocado, la vida y la muerte corriendo al parejo, y consciente de que su muerte era inminente e inevitable, se acordó de las palabras de un poema, debo morir pero eso es todo lo que haré por la Muerte, pues siempre se había rehusado a tener el corazón atormentado por ella, y en ese momento en que moría no iba a dejar que ella se hiciera cargo de su alma, pues lo más que la Muerte haría de él sería un muerto, así es que pensó en la vida, en las mujeres que había conocido, en su madre zurciendo calcetines, en el huevo liso de madera, en la noticia del periódico, y golpeó con fuerza la mesa de metal, ¡bam!, ¡bam!, ¡bam!, estoy pensando en las mujeres que amé, ¡bam!, ¡bam!, ¡bam!, pensando en mi madre, y en ese momento el médico, sin saber qué hacer, atormentado y sobresaltado por los ruidosos golpes que él descargaba en la cama metálica, lo miró con gran conmiseración y tristeza, y él gritó nuevamente ¡bam!, ¡bam!, que perdonaba al médico, ¡bam!, ¡bam!, que perdonaba a todo el mundo, mientras su mente recorría velozmente las reminiscencias de la vida, y el médico, ahora entregado a su impotencia, desesperado y confundido, le quitó los zapatos y le levantó la cabeza y vio sus pies vestidos con calcetines negros, y vio en el calcetín del pie derecho un hoyo que dejaba aparecer un pedazo del dedo grande, y se acordó de cuán orgullosa era su madre y de que él también era muy orgulloso y que eso siempre había sido su ruina y su salvación, y pensó no voy a morirme aquí con un hoyo en el calcetín, no va a ser esa la imagen final que le voy a dejar al mundo, y contrajo todos los músculos del cuerpo, se curvó en la cama como un alacrán ardiendo en el fuego y en un esfuerzo brutal logró que el aire penetrara en su laringe con un ruido aterrador, y cuando el aire era expelido de sus pulmones hizo un ruido aún más bestial y horrible, y se escapó de la Muerte y ya no pensó en nada. El médico, sentado en una silla, se limpió el sudor del rostro. Él se levantó de la cama metálica y se puso los zapatos.
La foto, por cierto, la saco de aquí. Hay muchas otras chulas o curiosas.

Feliz fin de semana a todos.

miércoles, 14 de abril de 2010

Sobre 'Notas al pie de Gaza', de Joe Sacco


Leo Notas al pie de Gaza, de Joe Sacco, editado por Reservoir Books (Mondadori) y traducido por Marc Viaplana.

Notas al pie de Gaza es un largo, larguísimo reportaje en forma de cómic, casi 400 páginas, que pretende investigar dos matanzas de civiles palestinos ocurridas en 1956.

Sacco ya conoce el terreno y de hecho publicó otro cómic, Palestina, entre 1993 y 1995, elogiado por gente como el gran Edward Said y boicoteado por algunas librerías de Estados Unidos, según cuenta Jaume Vidal en una de las solapas del libro.

Sacco también ha escrito y dibujado la guerra de Bosnia y la de Chechenia en otros trabajos suyos.

Trabajos de no ficción, o sea, reportajes, ya se ha dicho pero conviene recalcarlo.

Sacco recorre Gaza en busca de supervivientes de esas dos matanzas y todos le preguntan lo mismo: ¿por qué cuentas lo que pasó hace 50 años y no lo que está ocurriendo ahora?

Pero lo cierto es que Sacco lo cuenta todo, lo de 1956 y lo de 2003, momento en el que él realiza su investigación.

Y lo cierto, también, es que hay tantos muertos, tanta sangre y tanto horror en Gaza, que al final, los más viejos acaban confundiendo todas las matanzas: las de 1948, las de 1956, las de 1967, la primera Intifada, la segunda, etc.

Todas se confunden, todas se mezclan y todas, quizá, sean la misma.

Aunque no, de ninguna manera, son necesarias las referencias, como son necesarios los cadáveres, para despedirte de ellos, y tener las cosas un poco claras, para no liarse, para no perderse en ese gran magma de horror (sí, horror) e injusticia, para saber, por ejemplo, cuándo mataron a tu padre, cuándo mataron a tu mejor amigo, o cuándo mataron a tu hijo.

Visto así, alguien podrá pensar en Vals con Bashir.

Vals con Bashir es una película de animación que luego adaptaron al cómic y en la que el director, Ari Folman, contaba su propia historia: la de un israelí que en 1982 participó en las matanzas de Sabra y Chatila. Veinte años después, ante su incapacidad para recordar nada, inicia él también su propia investigación.

Vals con Bashir era espectacular, visualmente potentísima y muy bien contada.



Pero viendo Vals con Bashir es imposible no sentirse incómodo.

Vals con Bashir es el relato de los verdugos, sus culpabilidades y sus neurosis.

Bien, los verdugos (muy jóvenes en este caso, eso sí, adoctrinados, soldados rasos que cumplían órdenes y que quizá no sabían ni lo que estaban haciendo) también tienen derecho a contar su historia, por supuesto, su arrepentimiento si se da el caso, su empecinamiento en el crimen, o lo que sea.

Pero en Vals con Bashir faltaba algo y quizá fuera eso lo más incomodo: faltaban los palestinos.

El verdugo se miraba el ombligo y lloraba.

Los palestinos, una vez más, se quedaban sin nada: ni país ni casa ni voz ni identidad.

Los palestinos sólo aparecían como fantasmas en la imaginación de su director, o como figurantes en alguna escena, o mejor, como cadáveres al terminar la historia.

Pienso en Vals con Bashir porque Notas al pie de Gaza puede parecer lo mismo pero es justo lo contrario.

Notas al pie de Gaza es un gran retrato de Gaza y sus habitantes: gente que no son ni fantasmas ni cadáveres ni figurantes de alguna otra tragedia.

Los habitantes de Gaza, aquí, luchan, discuten, tienen hijos, intentan ganarse la vida o construyen casas.

A pesar de todo.

Y ese a pesar de todo incluye ejecuciones en masa, asesinatos selectivos, torturas, demolición de viviendas, pobreza extrema y mil violaciones más de los derechos humanos.

Notas al pie de Gaza quizá le parezca a alguien poco objetivo o partidista.

Puede ser, pero es que hay veces que resulta imposible, o algo mucho peor, el pretender esa objetividad.

Lo que sí hace Sacco es recoger la versión israelí de las matanzas de 1956, o la de la demolición de casas en 2003. La de Israel y la de la ONU.

Y desde luego, no se le puede acusar ni de maniqueo ni de panfletario.

En Notas al pie de Gaza aparece la traición de los líderes palestinos a su pueblo, las torturas por parte de los egipcios, las ejecuciones de los colaboracionistas o los atentados suicidas en territorio israelí, que todos discuten, algunos para repudiarlos mientras otros los celebran.

Hay algo más en Notas al pie de Gaza: un sentimiento generalizado de cansancio e impotencia, la convicción de que es imposible vencer y que los kalashnikovs no tienen ninguna opción frente a los helicópteros Apache. Y sin embargo, a nadie se le ocurre rendirse. Saben que, de una u otra forma, están obligados a resistir y a seguir luchando porque la vida así resulta intolerable, pero si no, podría ser aún peor.

domingo, 11 de abril de 2010

Desde el rencor, pero con cariño (incluye un texto de Fogwill y una canción de Iván Ferreiro)

Este blog recupera su vocación pedagógica.

Y espera no volver a perderla nunca más.

La semana pasada aprendimos a diferenciar dos posibles interpretaciones de un concepto tan complejo como el de nihilismo y después, descubrimos que detrás de uno de los grandes logros del espíritu humano (el God Save the Queen de los Sex Pistols) lo único que había era el afán de lucro y notoriedad de un canalla.

Hoy vamos un paso más allá para esbozar las posibilidades del rencor como resorte último de la obra de arte.

Y lo hacemos mediante dos ejemplos.

El primero, es el arranque del relato Reflexiones, de Fogwill:
Cuando un imbécil se ha vuelto prescindible para sí, íntimamente se sabe prescindible para los otros. Esto se aprende en las salas de terapia intensiva, los tiroteos, los naufragios y ningún otro lugar del mundo, creo. Hace tanto tiempo me supe prescindible que ni lo recordaba y esta reflexión sobre la memoria me ayuda a prescindir de vos y de tus efectos sobre mí, que siempre imaginábamos no eran sino los efectos que producía sobre vos el reconocimiento de que "algo hubo". Ya ves, estoy muy viejo y continúo escribiendo cartitas de amor, pero desde que me supe prescindible sólo escribo cartitas de amor a prostitutas de la peor especie, como vos. "Putita discou", escribiría si no temiese lastimarte ahora que has aprendido que ciertos géneros musicales hay que ignorarlos desde el comienzo porque importan menos que el amor y se parecen al amor sólo en su carácter obvio, ficticio, seriado, imitativo, invasor, viscoso. Y pegajoso. Pero no volveré a representar mi antigua revulsión hacia las cosas que pringan -bastante la he vivido contigo– ni quiero que pienses que te supongo una "putita discou": sos una puta de foyer, una puta de soirée, una cazadora de fortunas emocionales, una "play-girl" sin auto, una desgracia de mujer. Pronto envejecerás y cada vez será menos probable que alguien sorprenda determinado efecto que sus efectos sobre vos le provocan y se ate a eso, pero siempre habrá imbéciles y la vida transcurre trayendo nuevas preocupaciones, nuevos ejercicios que sustituyen a las personas cuando comienzan a congelarse los mohínes y los tics deliciosos de la carne graban su negativo en las pieles de plata de las putitas que envejecen.
El resto de la historia, con espejos rotos, revólveres y unas cuantas ratas muertas sigue en Cuentos completos, recién editado por Alfaguara.

El segundo ejemplo lo encontramos en la canción Farenheit 451, del nuevo disco de Iván Ferreiro:



Más allá del indudable valor estético de estos dos ejemplos, están sus virtudes terapéuticas: para quien las escribe o canta y para quien las lee o escucha.

O sea, ayudan a descargar un montón de mierda y de rabia.

Aunque quizá, lo más paradójico, o lo más interesante, sean sus efectos cómicos.

Si alguien ha sido capaz de leer el texto de Fogwill y/o escuchar la canción de Iván Ferreiro sin, al menos, esbozar una sonrisa, se encuentra en grave peligro.

La sonrisa o mejor, unas cuantas y sonoras carcajadas, son la única defensa posible frente a todo el veneno que destilan estas dos obritas de arte.

Feliz semana.

A ser posible, sin rencor y sobre todo, sin dramas.

viernes, 9 de abril de 2010

Un sinvergüenza menos (nota apresurada ante la muerte de Malcolm McLaren)

ESTE BLOG VUELVE A NO HABLAR DE LIBROS.

Y lo hace sólo unas horas después de haber anunciado lo contrario y de haber escrito la última entrada.

Lo hace también conmocionado por la muerte de ese gran majadero: Malcolm McLaren.

El hombre que demostró que la música, el arte, o cómo quieras llamarlo, a veces sí que es sólo una cuestión de mercaderes y oportunistas.

E incluso peor, de modistas y/o modistos.

Porque los Sex Pistols, unos impostores, puro humo, nada de nada, una campaña de marketing antes de que existiera el marketing, son y serán siempre una de las mejores bandas de la historia.

Eso es lo aterrador.

Que se pudra en el infierno y que no vuelva más Malcolm McLaren.

Pero que sigan sonando ellos, su gran invento, los Sex Pistols.

jueves, 8 de abril de 2010

Ni siquiera en la India vas a salvarte (sobre 'Desorientación', de Elisa Iglesias)


Volvamos a hablar de libros.

En este blog ya SÓLO SE HABLA DE LIBROS.

Otra vez y hasta cuando sea.

El de hoy se llama Desorientación y es la primera novela de Elisa Iglesias. La edita Caballo de Troya.

Desorientación es la historia de Claudia.

Claudia es una abogada treintañera (no lo dice explícitamente, creo recordar, pero se intuye) roja y con inquietudes ecologistas.

A Claudia, el mundo no le gusta, cómo está organizado, quiero decir, conoce sus mentiras y sus trampas, y sabe que seguramente se encuentra al borde del colapso.

Claudia tiene una amiga, Alicia, que un buen día lo deja todo, corto y pego: "marido, trabajo, casa, amigos, familia, créditos", y se marcha a la India.

Poco después, Claudia va a verla y a intentar descubrir qué le ha pasado, si es un "paréntesis de espiritualidad" u otra cosa.

Lo primero que se le agradece a Elisa Iglesias es su claridad. Escribe de esa forma en que el autor no molesta. Ni molesta ni se le ve (y eso que es un relato en primera persona). Sólo ves la historia y al personaje.

Al principio, quizá en determinados momentos, asusta. Porque intuyes cierto afán pedagógico o, muy ligado con lo anterior, porque crees que te vas a encontrar con otra novela roja.

Algún día habrá que hablar con calma de las novelas rojas, de todas las que se escriben ahora, de sus aciertos (muchos) y sus errores (algunos, quizá pocos, pero graves).

De momento, sólo uno de esos errores: el miedo.

¿Miedo a qué? A ser literario, supongo, lo que no quiere decir ni ñoño ni tonto ni cursi, a dejarse arrastrar, a ese momento en que el autor y el lector despegan un segundo, sólo un segundo, los pies del suelo. Como si eso no fuera revolucionario.

A veces, lees las novelas rojas, incluso las mejores, y te jode, porque estás viendo todo el rato cierta rigidez, ciertos prejuicios y cómo el autor se va lastrando a sí mismo.

Quizá haya algo de eso en el arranque de Desorientación, algo, muy poco, imperceptible.

Luego coge la protagonista y se va a la India.

Y dices: no, ya la hemos cagado, se va a llenar todo de rollito new age, o de rollito ONG, o de palacios, majarajás y elefantes.

Pero no.

Y esto es lo que más sorprende de Desorientación.

A partir de ese momento, la novela despega.

Elisa Iglesias se mete en todos los charcos y se enfrenta a todos los peligros. Pero sale indemne. Y más que indemne, crecidísima.

A partir de ese momento, la protagonista vive su propio cuento de hadas, que en realidad no tiene nada de cuento de hadas, y que pone de manifiesto todas las contradicciones del personaje, su falta de consistencia a ratos, su mala conciencia, su frivolidad.

Y también, su inteligencia (la del personaje y la de la autora), su mala leche frente a determinada forma de vivir la espiritualidad, su ironía respecto a lo que ve y respecto a sí misma, y esa desorientación de la que nos habla el título.

O sea, una nueva crónica del desconcierto y de la pérdida de los treintañeros actuales, pero esta vez sincera y nada autocomplaciente.

¿Y al final?

Al final, la sensación que te queda es que aún es posible leer novelas buenas y distintas, incluso partiendo de algo tan poco apetecible a priori y tan manido como un viaje a la India.

Y sí, quizá exista también alguna forma de salvarse, o de escapar del capitalismo, o quizá no y estemos todos perdidos, pero desde luego, esa vía de escape no se encuentra ni se debe buscar nunca en una novela. Y seguramente tampoco en la India.

martes, 6 de abril de 2010

Nueva lección de filosofía barata (en torno al concepto de nihilismo)

Hay quien cree que el nihilismo es esto:



O sea, un tipo deprimido y que dice que se quiere morir, según algunos a modo de chiste, pero que sí, que lo hizo, que se pego un tiro ayer hizo justo 16 años.

Pero a mí lo que me asusta, lo que de verdad me parece nihilista y alejado de cualquier valor, y que se caga en todo, y que no respeta nada, y que anuncia el fin del mundo (sí, sí, ya sé que exagero, y que parezco una abuela) es esto:



O sea, un tipo que está al borde de la bancarrota, que quiere vender batidoras pero que se ha quedado desfasado, y un buen día tiene una idea: mete no sé qué en una de sus batidoras y la batidora lo reduce a polvo.

Luego se graba a sí mismo, lo cuelga en Internet y se convierte en una estrella.

El chiste funciona y ya da igual vender batidoras o no: hay otras fuentes de ingresos mucho más rentables.

Y por su batidora va pasando todo lo que cae en sus manos y todo queda reducido a polvo: teléfonos móviles, pelotas de golf, esquís, juguetes, diamantes...

Y cuánto más caro o cuánto más deseado o cuánto más duro, mejor.

El mismo día que el ipad se puso a la venta, el tipo éste lo metió en su batidora.

Destrucción, destrucción, destrucción.

Es una gran metáfora del capitalismo posposmoderno: un mundo que produce y produce mercancías (o quizá ya sólo produzca símbolos e ideología) para inmediatamente destruirlas, una economía basada en el despilfarro, la violencia y la destrucción generalizada, tan generalizada que ya ni siquiera podemos verla, no la distinguimos, la consideramos normal.

Tan generalizada que los vertederos cada vez se parecen más a los supermercados.

Y viceversa.

Y quizá, llegados a este punto, sólo queda un último desplazamiento posible: que los campos de batalla dejen de estar ocultos detrás de las estanterías de los supermercados y sus crímenes, sus violaciones, y toda la sangre del mundo nos salpique la cara.

Destrucción para producir.

Destrucción para vender un poquito de humo.

Destrucción para renovar la mercancía y que la rueda siga girando.

Destrucción como espectáculo, todo visualmente muy atractivo, incluso simpático, gracioso, ja, ja, ja, tronchante.

Destrucción que fascina y que no puedes dejar de mirar.

Destrucción, destrucción, destrucción.

Y yo, sí, debería hablar de libros, incluso tengo algunos leídos y buenos, y tal.

Prometo hacerlo el próximo día.

domingo, 4 de abril de 2010

¿Eres un oportunista? (algunas cosas que la semana santa nos dejó)

Iba a escribir de un libro.

Y hasta de dos.

Pero se ha hecho tarde.

En lugar de eso, un vídeo.

Es una escena de la película Soul Kitchen, dirigida por Fatih Akin:



No es tan buena como Contra la pared (Gegen die Wand), también de Akin, pero tiene gracia.



Yo me he pasado toda la semana santa viendo películas de Akin.

Y escuchando esta canción que descubrí en un blog que se llama gintonicdream:



También he leído.

Primero lo intenté con Las teorías salvajes, de Pola Oloixarac y editado por Alpha Decay.

Le tenía muchas ganas.

Todo el mundo hablaba maravillas de esa novela.

Al principio, me pareció irónica, inteligente, llena de talento, con un punto sofisticado...

Pero luego todo cambió y empezó a aburrirme y a irritarme.

Como no la acabé, no diré más.

La dejé en la página 105 (de 275).

De ahí, salté a otra primera novela, Desorientación, de Elisa Iglesia, y editada por Caballo de Troya.

Esa sí que me gustó.

Mucho.

El próximo día hablo de ella.

Entre tanto, una última reflexión de Simone Weil (de La gravedad y la gracia):
Trabajar cuando se está agotado es volverse sumiso al tiempo, como la materia. El pensamiento está obligado a pasar de un instante al siguiente sin poder agarrarse al pasado ni al futuro. Eso es obedecer.
Feliz semana.