martes, 30 de junio de 2009

Sangre y tiros en la frontera mejicana (sobre 'Tiempo de alacranes' de Bernardo Fernández)


El Güero es malo, malísimo, un auténtico cabrón.

Ya de niño los escorpiones no querían ni picarle y hasta cruzó él solo la frontera entre Méjico y Estados Unidos.

Luego creció y se hizo soldado.

Un general vio la paliza que le metía a otro hombre y se dijo a sí mismo: este chico tiene talento. En lugar de arrestarle, le puso a su servicio, como chófer y para lo que hiciera falta.

Pronto el ejército se le quedó pequeño.

El Güero se pasó a una empresa mucho más rentable: el crimen. Eso que llaman crimen organizado, queremos decir.

Ni recuerda ya los hombres que ha matado para distintos capos del narcotráfico o para ciudadanos muy, muy honrados, pero que, a la hora de la verdad, están dispuestos a utilizar cualquier método para que nada les moleste. Ni a ellos ni a sus intereses.

Ahora el Güero se empieza a sentir mayor y quiere retirarse.

Lo malo es que le van a hacer una de esas ofertas imposibles de rechazar.

Casi un plan de pensiones, pero que le va a complicar muchísimo la vida...

Este es, más o menos, el planteamiento o el arranque de Tiempo de alacranes (Ed. Pàmies), de Bernardo Fernández.

Lo bueno es lo que viene después. O lo que Fernández hace con eso, cómo mezcla voces e historias, y cómo empiezan a desfilar personajes de todo tipo.

Habla el Güero, habla su mejor amigo, hablan sus antiguos jefes, habla alguien desde un periódico, aparecen y desaparecen un par de matones (tipo el Gordo y el Flaco, o cualquier otra pareja cómica), conocemos a un sanguinario superviviente de la guerra de los Balcanes y hasta a los narco juniors, hijos de poderosos traficantes que estudian en el extranjero y van de artistas, pero que luego son tan bestias como sus padres y que se dedican a disfrutar de la vida mientras les llega la hora de ocupar el puesto que por herencia les corresponde.

Fernández mezcla también paisajes: las carreteras y el desierto de Méjico, las ciudades vampiro que despiertan al caer la noche, la frontera, los pequeños supermercados de Estados Unidos, la fría Canadá donde invernan y se aburren mortalmente los juniors...

Y, sobre todo, Fernández mezcla tonos y registros, desde el más cómico al más violento. Los confunde, un poco en plan las películas buenas de Guy Ritchie (o en su defecto, Tarantino).

Pero Fernández no frivoliza. Fernández retrata de forma macabra y con ironía. Fernández, en todo caso, lo que hace es crear una gran farsa del narcopoder y del Méjico actual. Una farsa que sabe inevitablemente a narcocorrido y que tiene un poso, o que recuerda muy, muy de lejos, y a ratos, a Juan Rulfo.

Aquí todos los matones han salido del ejército, o han trabajado como policías, han torturado para el Estado y luego, se han dedicado al secuestro exprés y a servir al narco.

La corrupción está generalizada. A los capos les meten presos por cualquier tontería, aunque salen de la cárcel cuando les da la gana o cuando tienen que cometer un crimen importante.

Y sí, una de sus balas, o de cualquier otro, puede acabar contigo en el momento menos pensado.

Pero es que esto es una guerra de todos contra todos, en la que no se distinguen ni buenos de malos, ni policías de criminales. Y el único que se salva es porque estaba borracho y tuvo suerte. O porque era tan malo, malísimo, que no le querían ni en el infierno.

Tiempo de alacranes merece la pena. Mucho, mucho.

(La foto de hoy, por cierto, es de Juan Rulfo. Además de escribir, también le dio por la fotografía.)

lunes, 29 de junio de 2009

El arte de fotografiar cadáveres

Hay una imagen que me obsesiona.

Es la imagen de una muerta.

Un día la encontré en el periódico.

Desde entonces no he podido quitármela de la cabeza.

Este fin de semana la he vuelto a encontrar, la misma muerta, descrita por Bernardo Fernández en su Tiempo de alacranes (Ed. Pàmies). Mañana hablaremos del libro.

Nos ha gustado mucho, mucho, mucho.

Fernández escribe, refiriéndose al Señor, un capo mejicano del narcotráfico:
"Por ello (el capo) conservaba colgada en la pared de su celda la ampliación enmarcada de una foto de Enrique Metinides, legendario reportero gráfico de nota roja.
En la imagen, el cadáver de una mujer recién prensada entre un auto y un poste de luz devolvía una mirada desafiante al observador.
Se trataba de una señora de aspecto distinguido, casi bella, atropellada en la ciudad de México algún día de la década de los setenta.
Pese a no pertenecer a su categoría favorita de muerte, para el Señor esa imagen era poesía pura. Nadie nunca se atrevió a cuestionarlo."
Detrás de esa foto, y de esa mujer muerta, hay una gran historia. O miles de historias.

Alguien debería escribirla algún día.

Nosotros preferimos no conocer la auténtica porque seguro que nos iba a decepcionar.

Enrique Metinides, en efecto, existe, y durante más de 50 años se dedicó a fotografiar muertos y sucesos en general.

Cuenta El País que vio su primer cadáver con 11 años: un hombre decapitado en una comisaría de Méjico.

Luego se dedicó a viajar en ambulancias y coches de policía para llegar antes que nadie al lugar de los hechos.

A la mujer muerta la puedes encontrar aquí.

Fernández describe su mirada como desafiante.

Pero yo creo que es más bien serena.

O resignada.

O vacía.

O ausente.

Como si le importara una mierda estar muerta.

O como si ni siquiera se hubiera enterado.

Luego Fernández sigue hablando de "un fotógrafo gringo, un tal Watson o Wilkins, que se deleitaba fotografiando cadáveres en las morgues de Francia y México".

Se refiere a Joel-Peter Witkins.

Al narco no le gusta. A nosotros, sí.

Es muy distinto, muy rebuscado, muy barroco.

Hace cosas de este tipo.

Otro día te hablamos de él.

Hoy sólo nos interesa la muerte tal cual, sin artificios, el cadáver que no ha sido manipulado con fines "artísticos".

Hay un libro extrañísimo.

Se llama Evidence y en él, Luc Sante selecciona 55 fotografías del archivo de la policía de Nueva York.

Todas están hechas entre 1914 y 1918, y retratan la escena de un crimen: hombres y mujeres que fueron asesinados o que se suicidaron, o que quizá sufrieron un accidente.

Cadáveres en calzoncillos que aparecen en el descansillo de una escalera.

Parejas a las que encuentran muertas en la cama.

Unos pies que salen de un cubo de basura.

Una chica joven, con un charco de sangre junto a la boca, en lo que parecer ser el hueco de una escalera...

Son imágenes poderosísimas y al mismo tiempo, fantasmagóricas. Como si de verdad la fotografía sirviera para detener el tiempo y esos cuerpos siguieran ahí, todavía calientes, esperando por toda la eternidad a que alguien venga a buscarlos y los entierre, o los queme, o se los dé de comer a los perros.

Son imágenes bellísimas (sí, bellísimas), pero asfixiantes.

Te dejan sin aire. Y si las sigues mirando 30 segundos más, quizá no puedas ni soportarlas.

El libro lo venden nuevo y de segunda mano en Amazon.

(Estamos muy siniestros últimamente. Es el verano. Y el calor. Pero no sé muy bien por qué hoy hablamos de muertos. Ni por qué ayer tuve que reencontrarme con la mujer fotografiada por Metinides. Aunque creo que existe una conexión directa entre eso y el hecho de que en la última entrada no colgara la foto de la cabeza decapitada de Mishima. Sería bonito pensar que han sido los muertos y que se están revelando contra mi ñoñería y mi exceso de consideración, contra el tabú en torno a la muerte, como si hubieran decidido vengarse de la única forma que ellos pueden hacerlo: apareciendo de pronto y reclamando su espacio. Sería bonito, sí, y puede que tenga sentido hasta cierto punto. Sólo hasta cierto punto. Aún así, tampoco habrían conseguido mucho: se habla de ellos, pero no se les ve. Cada día me siento más puritano. Y lo preocupante es que empieza a gustarme.)

viernes, 26 de junio de 2009

Un crisantemo en las cloacas (sobre Yukio Mishima)



Hoy estrenan una película.

Se llama Mishima.

No es nueva.

En el IMDB figura el 20 de septiembre de 1985 como fecha de estreno en Estados Unidos.

Dicen que es una obra maestra.

Mienten.

Volvemos a ser injustos: hablamos de memoria y de cuando la vimos, a principios de los 90, una madrugada en Canal+.

Nos pareció una película fría, muy fría y aburrida.

Insisto: hablamos de memoria, somos injustos, como de costumbre.

No importa.

Importa una mierda la película.

Importa Mishima.

Le hemos estado releyendo esta semana.

Hemos elegido nuestra novela preferida de él, la que siempre recomendamos y regalamos, la que leímos primero y nos dejó noqueados, la que prestamos a alguien y aún no nos ha devuelto: El marino que perdió la gracia del mar.

Alguién, quizá, que está ahora mismo leyendo esta entrada.

Era una edición de Bruguera, con mil subrayados y una foto en la portada de la Tate no Kai al completo, la Sociedad del Escudo, un grupo paramilitar que montó Mishima con estudiantes universitarios para defender las esencias del Japón tradicional.

El 25 de noviembre de 197o, Mishima, candidato al Nobel y uno de los escritores más reconocidos de Japón, se dirigió a uno de los principales cuarteles del país con cuatro de sus niñatos. Iba a dar un golpe de Estado para restaurar el antiguo orden imperial.

¿Un golpe de Estado?

No, era una fantasmada. Una excusa para hacer lo que siempre había querido: morir.

Morir de una forma heroica y hermosa. Alcanzar la gloria.

Nadie que hubiera leído a Mishima pudo sorprenderse.

O sí.

Porque lo normal es que los escritores hablen y escriban mucho. Es su trabajo. Pero pocos, muy pocos, dan el paso de convertir en realidad sus fantasías. Y lo más seguro es que toda esa panda de "cobardes" haga bien.

De lo contrario, el mundo estaría lleno de cadáveres.

Más incluso que ahora, queremos decir.

La idea de la muerte obsesionaba a Mishima. Y la de la belleza.

En realidad, muerte y belleza acaban confundiéndose en su obra.

Él era feo, muy, muy feo. Un niño debilucho e hiperprotegido por su abuela.

Un tarado desde la infancia.

Estalló la II Guerra Mundial, la participación de Japón en ella, y el joven Mishima (había nacido en 1925) corrió a alistarse: quería ser kamikaze y morir por su país.

Una muerte gloriosa, otra vez.

Pero le echaron para atrás. No daba el tipo. Era un tirillas.

Este rechazo le marcó de por vida. Y su fealdad.

Se hizo escritor y culturista.

Mishima también era gay.

Y padecía un inmenso narcismo, como sólo puede padecerlo alguien que ha conseguido su belleza a fuerza de horas y horas de trabajo.

O como sólo puede padecerlo un acomplejado, lleno de músculos, pero que en el fondo sabe que sigue siendo el mismo niño débil y asustado que lloraba por las noches al meterse en la cama.

Mishima, de mayor, se casó y consiguió un gran éxito.

Era un tipo muy polémico y reaccionario, con un enorme afán de provocación, capaz de fotografiarse con el uniforme nazi o de declarar su admiración por Hitler.

Pero, sobre todo, Mishima escribió y escribió. Escribió muchísimo.

A Mishima hay que leerle: siempre tan retorcido y tan sutil, a veces extremadamente complejo, pero magistral como narrador. Con eso que los cursis llaman un "mundo propio", pero en su caso inabarcable y brutal, brutal y poético, lleno de sombras y de abismos, de sexo y de muerte. Y, sobre todo, de una búsqueda constante de la pureza, la pureza como un ideal absoluto.

Esa pureza, ese ideal, quizá más que la obsesión por la muerte, marca la vida de Mishima, su forma de escribir (aunque compleja y afectada) , y sus personajes.

Quizá, sólo quizá, el conflicto real de Mishima y el que reflejan sus historias sea ese: la imposibilidad de alcanzar o de vivir la pureza en el mundo real.

No se puede ser un crisantemo en las cloacas.

El emperador no es Dios, sino un gilipollas que ha hundido y humillado a todo su país, un imbécil que primero provocó el lanzamiento de dos bombas atómicas (las primeras de la historia) sobre sus súbditos y que luego, se lo entregó todo al enemigo.

Sus personajes, los personajes de Mishima, bien mirados, y al mundo, y a los libros, y a la vida, siempre hay que mirarlos bien, o al menos, intentarlo, no resultan románticos.

Todo lo contrario: sus personajes son patéticos, sin que la palabra aquí tenga la menor connotación negativa. No decimos payasos. Ni muchísimos menos. Decimos dignos de lástima, seres vulnerables, muy, muy vulnerables, perdidos y confundidos, que acaban buscando consuelo en sus fantasías, sus fantasías de muerte.

Sus personajes son monjes torpes y tartamudos que no soportan la belleza de un templo, su templo, y acaban prendiéndole fuego (El pabellón de oro).

O tipos que consagran su vida a perseguir las sucesivas reencarnaciones de su mejor amigo muerto en ese momento en el que tal vez cierta pureza aún sea posible: la adolescencia (la tetralogía El mar de la fertilidad).

O adolescentes nihilistas, que saben que el mundo y la sociedad es un gran vacío, y que no dudan en matar a su ídolo cuando ven que éste va a rendirse y a abandonar el mar para entregarse a las comodidades de una vida tan convencional como falsa (El marino que perdió la gracia del mar).

De ahí, la obsesión por la muerte: porque tal vez sea lo único puro, la alternativa frente a un mundo corrupto y miserable, la fantasía perfecta, un refugio sin fisuras.

La muerte no puede llevarnos la contraria: nadie vuelve de ella para decirnos que es también una mierda, un agujero infinito.

O sí.

Hay veces que la muerte, lo que vemos de ella, nos muestra su cara más grotesca.

Y el caso de Mishima es buen ejemplo.

El 25 de noviembre de 1970 Mishima y sus hombres reunieron a todos los soldados en el patio del cuartel.

Soltaron su discurso.

Pero no conmovieron a nadie.

Al revés, las tropas se descojonaron de ese friqui que les hablaba.

Mishima, tras el ridículo, se retiró junto a sus hombres.

No debió importarle demasiado.

Lo bueno estaba a punto de llegar: el momento que llevaba años y años preparando, el que iba a servir para justificar toda su vida.

Sacó la espada y se abrió las tripas.

Un agonizante Mishima esperaba el golpe de gracia. La gloria.

El encargado de decapitarle, como exige el ritual del sepukku (o harakiri), iba a ser su discípulo preferido, en este caso, también su amante, un tal Masakatsu Morita.

Pero no fue capaz. Debió ponerse a llorar, le tembló el pulso, no reunió las fuerzas necesarias para separar con un sólo corte la cabeza del tronco.

Aquello, al parecer, se convirtió en una carnicería, una chapuza: como en los toros cuando pinchan y pinchan en hueso, o cuando descabellan mal.

La muerte, después de todo, quizá no molaba tanto como Mishima siempre nos había dicho.

O la gloria, como saben todos los que han leído El marino que perdió la gracia del mar, tiene un sabor amargo.

Amargo y estúpido.

(Hoy ha sido especialmente difícil elegir la foto. Hay muchas de Mishima desnudo, o semidesnudo, con la katana en la mano. También las hay de él atado a un árbol y con todo el cuerpo atravesado por flechas, reproduciendo el martirio de san Sebastián. La que más nos atraía era una de su cabeza decapitada después del suicidio. Quizá fuera un poco bestia para quien no esperara encontrarse con ella y la viera de pronto. Quizá colgarla contribuiría a eso que tan poco nos gusta: convertir la muerte en espectáculo. Aunque creo que no. Refuerza nuestra tesis, por llamarla de alguna manera, no hay misterio ni romanticismo en la muerte: Mishima parece dormido y como si le dolieran las muelas. Sólo eso. Quien quera verla, la tiene aquí.)

jueves, 25 de junio de 2009

Una tarde rodeado de muertos y borrachos (sobre la Videoteca de humanidades)


(Aviso: Las tres primeras imágenes son fotos de los vídeos. No son los vídeos. Si alguien quiero verlos, tiene que ir a doclecticos.blogspot.com y descargárselos.)

Lo bueno de los muertos es que dan muy bien en cámara.

Como si el dejar la vida atrás garantizara la fotogenia.

O les otorgara un brillo y una presencia que no tuvieron antes.

Esa es la primera conclusión que sacamos después de descargarnos unas cuantas entrevistas y documentales de la Videoteca de humanidades.

Vemos a Bukowski recitar un poema borracho, o responder a un entrevistador borracho, o viajar en avión borracho.

Vemos a Juan Rulfo con unas absurdas gafas de sol contestando a una jovencísima Mercedes Milá. Seguro que él también está borracho.



Vemos a Buster Keaton interpretar el guión, sin palabras, que Samuel Beckett escribió para él. El alcoholismo de ambos es de sobra conocido.



Hay más, muchos más autores, en la Videoteca de humanidades. No todos borrachos, lo de estos tres quizá se trate sólo de una casualidad. Pero sí que están todos muertos, escritores y filósofos como Borges, Bolaño, Hannah Arendt, Luis Cernuda, Deleuze, Cortazar, Foucault, Sartre, Onetti...

Sólo se salva algún que otro arquitecto aún con vida, como Calatrava o el ya centenario Oscar Niemeyer.

La Videoteca de humanidades lleva en marcha desde abril de este año y tiene dos objetivos. Cortamos y pegamos de su web:
Primero, ser un sitio en que se reúnan de forma ordenada materiales en video relacionados con el mundo de las humanidades (en su mayor parte documentales) que se encuentran en la red, haciendo que todos estén disponibles en descarga directa; segundo, ofrecer subtítulos en español para aquellos materiales que aún no los tienen.
No sabemos quién está detrás, sólo que nos mandaron un mail pidiéndonos nuestra opinión.

Mola y se lo están currando bastante: cuelgan algo todos los días.

Queríamos haber cerrado hoy con un vídeo de Boris Vian.

La La Videoteca de humanidades aún no tiene ninguno. Seguro que pronto lo incluirán. Recurrimos a Youtube:



Antes de ayer se cumplieron 50 años de su muerte.

En La Vanguardia, entre otros sitios, escribieron de él.

Quizá otro día lo intentemos también nosotros.

De momento, te dejamos con un poema suyo, muy cerdo y muy gracioso. Cortamos y copiamos de Poemas en francés:
Primer amor

a Jean Boullet

Cuando un hombre ama a una mujer
De entrada, la sienta en sus rodillas
Tomando cuidado de levantarle el vestido
Para no estropear sus pantalones
Porque tela sobre tela
Gasta la tela
Enseguida, verifica con la lengua
Si a ella la operaron de las amígdalas
Si no, sería contagioso
Después, como hay que ocupar las manos
Busca, tan lejos como pueda
Y rápido constata
La presencia efectiva y real de la cola
De una laucha blanca manchada de sangre
Y tira, tiernamente, del hilito
Para tragarse el tampax.

miércoles, 24 de junio de 2009

De premios, realitys, narcos y futbolistas (los libros de la semana)


Es bonito disentir.

Pero es bonito también estar de acuerdo.

De vez en cuando estar de acuerdo.

Sobre todo con los grandes.

Gente como Sánchez Dragó.

O Muñoz Molina.

A mí me caen bien los dos.

Muy bien incluso.

Son necesarios.

El primero, tan friqui.

El segundo, siempre sensato y ponderado. Otra forma de friquismo.

Dice Dragó que no tiene una opinión fundada sobre la obra de Ismail Kadaré, al que le han dado el Premio Príncipe de Asturias.

O sea, ni puta idea. De sus libros no debe haber visto ni la portada.

Como yo.

Aunque admite que podría ser un autor magnífico.

Y luego sigue: "hemos premiado al escritor más importante de Albania, lo que no sé es si hay otros".

Se le ve encantado con la decisión del jurado, del que él, por cierto, formaba parte.

Quizá hubiera preferido dárselo a un amiguete.

Luego está lo de Muñoz Molina.

Dice que, al ponerse a escribir, se siente "completamente a ciegas, desalentado y perdido".

A nosotros nos pasa lo mismo con este blog.

Hoy, por ejemplo, íbamos a hablar de Genet.

Un nuevo intento.

Pero se nos ha atragantado Genet.

Y eso que el libro es muy, muy bueno.

Ir corriendo a comprarlo.

Y leerlo.

Es muy cortito (93 páginas), pero muy exigente.

Creo que ya lo dijimos.

Se llama El niño criminal y lo ha editado Errata Naturae.

Hoy, en lugar de eso, elegimos tres libros recientes que no hemos leído. Pero que nos llaman la atención y que nos apetece leer. Mucho, mucho.

1. Realidad. Sergio Bizzio. Ed. Caballo de Troya.

Este trimestre, la editorial dirigida por Constantino Bértolo, ha pasado de los autores españoles.

Todos los que ha publicado son argentinos.

Leí en algún sitio cómo lo justificaba: ellos tienen más cosas que contar, venía a decir Bértolo.

Entre otros, ha editado a una abuelita, Aurora Venturini, de 87 años, amiga de Eva Perón y que ha escrito una novela, Las primas, que es, por lo visto, un trallazo: la historia de una familia de retrasados mentales.

Y como en todas las familias, hay violaciones, estupros, abortos y crímenes.

Sergio Bizzio es un poco el cabeza de cartel de esta invasión argentina.

De él han publicado dos libros: Realidad y Era el cielo.

Realidad es una historia de reality shows y violencia, de terroristas que entran en el Gran hermano y de escabechinas, de manipulaciones, de ficciones que parecen auténticas y de verdades que luego resultan ser falsas.

El rollo reality da un poco de pereza. Parece un poco manido. Pero confiamos en Caballo de Troya. Y nos produce muchísima curiosidad un autor del que no sabemos nada y al que le editan dos libros de golpe.

2. Tiempo de alacranes. Bernardo Fernández. Ed. Pàmies.

Pàmies edita novelas negras muy curiosas.

El año pasado, por ejemplo, nos sorprendieron con El peor día, del escocés Allan Guthrie.

La historia de dos buenos tipos, o eso parece al principio, cuyos destinos chocan de pronto: uno acaba de salir de la cárcel y el otro es un raterillo que comete un grave, gravísimo error.

Al final, a Guthrie se le iba un poco de las manos la trama, pero aun así, fue una de las mejores novelas negras que leímos el año pasado.

Ésta va de narcos mejicanos y de sicarios que deciden retirarse.

Hay temas y ambientaciones que dan mucho juego: como los mafiosos ingleses. O la brutalidad de la frontera, esas historias llenas de sangre y a caballo entre dos mundos.

Tiempo de alacranes, además, tiene tres partes. Pero no se llaman primera parte, segunda parte y tercera parte.

No.

Se llaman primera caída, segunda caída y tercera caída.

Y Bernardo Fernández, que ha ganado un par de premios con la novela, la encabeza con una cita de Maïakovski: "Tenéis suerte, la venganza no alcanza a los muertos".

3. El gran circo del fútbol. Juan Tejero. T&B Editores.

No nos gusta el fútbol. Nos aburre muchísimo.

Pero sí que nos interesa esta recopilación de anécdotas. Más que nada porque parece tener preferencia por los aspectos más delirantes o truculentos. Con capítulos como: El gran combate, Terror en el estadio, Murieron con las botas puestas, Los indeseables del fútbol, Historias del manicomio o Fichajes malditos.

También habla de goles, entrenadores o los orígenes de este deporte.

Nos quedamos, por ejemplo, con la historia de un equipo africano, el Benatshadi. Todos sus jugadores murieron en 1998 cuando un rayo cayó sobre el campo de juego. Los rivales, los del Basangana, se salvaron: los tacos de sus botas eran de plástico. Los de los muertos, metálicos.

O con frases como la que Manuel Ruiz de Lopera le dedicó a Antic: "¿No hay guerra en Bosnia? Que coja una metralleta y se vaya con los suyos".

martes, 23 de junio de 2009

Del inconveniente de haber nacido chino (un poema de Du Fu)


Nos acojonan los chinos.

No somos capaces de entenderlos.

Los despreciamos, los humillamos, los odiamos.

O les hacemos mil reverencias, como si conocieran secretos que nosotros ni siquiera somos capaces de imaginar.

En el fondo, todos pensamos lo mismo: tarde o temprano acabarán devorándonos.

Nadie respeta a la chinos.

Ni el niñato que entra en una de sus tiendas y se la revienta entera por hacer la gracia ni las mafias que los traen aquí ni los empresarios que los esclavizan.

Aunque ellos, esos cabrones explotadores, a veces también sean chinos.

Este poema lo escribió un chino.

Se llamaba Du Fu.

Y está dedicado a todos los chinos.

A los de Mataró, y a los 18 que en febrero estuvieron a punto de suicidarse porque una importante empresa constructora (o alguna de sus subcontratas) llevaba tres meses sin pagarles el suelo.

También a los que esta noche hará justo un año mataron a un hombre en la calle Fuencarral de Madrid. Sólo tenían miedo y trataban de defenderse.

Y hasta al chino hijo de puta que nos vende de noche las cervezas pero que nunca nos sonríe ni nos saluda ni muestra la menor amabilidad.

Él es otro, suponemos, de los que viven permanentemente amenazados y puteados.
Violento el viento.
Alto el cielo.
Los monos aúllan sus tristezas.
Sobre el islote blanco y frígido,
un ave vuela, dando vueltas.
Arrastradas por el viento, miríadas de hojas
caen silbando de los árboles,
y el inmenso Yangtse corre tumultuoso.

Lejos de mi tierra,
lloro el triste otoño,
y los viajes me parecen interminables.
Abrumado de años y enfermedades,
subo solo a esta terraza.
Las penurias y congojas
han hecho abundar mis canas.
No puedo sino dejar a un lado mi copa.

Nota 1: El poema se llama Ascensión y lo hemos sacado del libro Poemas de Tang. Edad de Oro de la poesía china. Ed. Cátedra. Traducción de Chen Guojian.

Nota 2: El título de la entrada es un plagio, o una parodia, de Del inconveniente de haber nacido, de Émile Cioran, un charlatán, un llorica, un pesado. Otro día te hablamos de él.

lunes, 22 de junio de 2009

Viajar es un coñazo (leyendo 'Intente usar otras palabras', de Germán Sierra, en una habitación de hotel sin minibar)


Viajar es un coñazo.

Pura superstición.

Uno de esos mitos contemporáneos.

Siempre lo decimos.

Mucho mejor quedarse en casa.

A ser posible, leyendo los Pensamientos de Pascal (Ed. Alianza. Traducción de J. Llansó):
Toda la desgracia de los hombres procede de una sola cosa, que es no saber permanecer en reposo en una habitación.
Porque lees a Pascal y hasta te entran ganas de creer en Dios, que era justo lo que él pretendía: convertirnos a todos.

Pero a veces no queda más remedio que ir a algún sitio. Existen motivos de peso, como cuando hay gente que te quiere y a la que tú quieres esperándote allí.

Toca entonces hacer las maletas, recorrer estúpidas autopistas (sobre todo si tú no conduces) y sufrir el insomnio en una habitación de hotel en la que ni siquiera se pueden ver, o se pueden oír, los canales de televisión que a ti te gustan. Los que le gustan a todo el mundo de madrugada: vídeos musicales, noticias las 24 horas, películas porno.

Hay incluso habitaciones de hotel que no tienen minibar.

Un drama. Una tragedia. Aislado en un pueblo de Navarra, sin una nevera llena de botellitas de colores o un garito abierto a esas horas.

Alguien debería intervenir de inmediato. El Ministerio de Sanidad. La OMS. Exigir la instalación incondicional de minibares en todas las habitaciones de todos los hoteles del mundo.

Al menos, esta vez, llevábamos un par libros. Nos decantamos por Intente usar otras palabras (Ed. Mondadori), de Germán Sierra.

Ya te dijimos algo de él, antes de leerlo, y sí, es moderno, muy moderno.

Esta vez utilizamos el término sin connotaciones negativas.

Simplemente describimos. Como hace Sierra, que en esta novela, más que contar, describe, o crea, o recrea, o retrata a un personaje, Carlos Prat y su mundo: su trabajo como funcionario cultural, su pasado en los 80 como socio de un bar de copas, su vagancia, su carácter algo canalla, sus compañeros y amigos, algunas de las mujeres que han pasado por su vida...

¿Qué es lo que hace moderno a éste libro?

Ese afán de no contar, por ejemplo, el no querer que haya una historia o un argumento, el reducir la acción al mínimo, algo que ya se ha intentado (y logrado) antes muchas veces.

Como en las Nocilla, de Agustín Fernández Mallo, el gran paradigma actual de lo moderno. O si prefieres, de eso que llaman afterpop. Aunque aquí, en el caso de Sierra, hay un personaje central que le da unidad a todo.

También están los referentes. Sierra lo va llenando todo de nombres y de cosas modernas, empezando por el título: Intente usar otras palabras, que es lo que te dice Google cuando no encuentra lo que buscas.

O la novia del personaje, que es DJ y pincha desnuda.

O la inevitable mención al 11-S casi, casi como si hubiera sido un episodio de ficción.

O los blogs que aparecen por aquí y por allá.

O caracterizar a un personaje en función de si prefiere la Coca-Cola o la Pepsi, el Mac o el PC, Glaxo Smith-Kline o Novartis, Prada o Gucci. Y así, muchas otras disyuntivas más.

O las reflexiones sobre ese nuevo mundo que ha creado Internet: la piratería cultural, el exhibicionismo, la obsesión por la fama...

Por supuesto, es normal que en una novela situada en la actualidad haya conexiones a Internet, blogs, móviles, DJ desnudas, etc.

Lo moderno no es tanto utilizar todos eso elementos, o cualquiera de ellos. Lo moderno es convertirlos en tus rasgos de identidad, situarlos en un lugar privilegiados, dirigirles una mirada llena de fascinación, que a veces, muchas veces, roza o cae en el ridículo, en una actitud tan cateta que hasta produce vergüenza ajena.

Pero Sierra, no.

Sierra no es ni ridículo ni cateto.

Le salva su inteligencia y su ironía, le salva también lo bien que escribe y mil detalles que demuestran su talento. Esas frases o párrafos deslumbrantes y al mismo tiempo, graciosísimas.

Observaciones como:
"Su generación fue la primera en darse cuenta de que ser propietario de un bar es lo más alto que se puede llegar en la vida. Sus padres deseaban que se hiciesen médicos, arquitectos, abogados, corredores de bolsa, ejecutivos de una empresa multinacional. Ellos querían levantarse a media tarde, disponer de un par de camareros y trabajar de doce a tres bebiendo con los amigos. Coger la mitad del dinero de la caja, en efectivo, a la hora de cerrar, e irse por ahí a gastarlo hasta la mañana siguiente. En los bares había alcohol, drogas, seres humanos atractivos, conversaciones interesantes y la mejor música del momento. A los bares era donde les gustaba ir: ¿no era lógico que quisieran tener uno?"
O mucho más elevadas:
"La cultura es nuestra principal estrategia de dominio, la máquina de guerra definitiva que todos, en mayor o menor medida, ayudamos a construir, la reluciente armadura que después de vestida nos impedirá movernos con libertad."
Descripciones sexuales:
"Apesta a aceite como las máquinas en celo. Jode como un automóvil que choca contra otro, con un estrépito de alivio, cualquier noche en una autopista solitaria."
Y maravillosas chaladuras:
"¿Has llorado alguna vez viendo una película porno?, le preguntó Pablo Melchor en cierta ocasión. Carlos contestó, sonriendo, que jamás (aunque, un rato después, quiso saber a qué clase de porno se refería). Entonces nunca has amado con suficiente intensidad."
Al final, la conclusión con la que te quedas es que Intente usar otras palabras resulta una novela interesante, muy interesante, aunque algo fría y a ratos, un poco hueca, demasiado intelectual, o demasiado ingeniosa, como si el experimento de Sierra no terminara de cuajar. Como si aún le quedara lo más difícil: conseguir que este engranaje tan sofisticado tenga alma (por llamarlo de alguna manera antigua, muy, muy antigua, milenaria, reaccionaria incluso). O como si estuvieras en una habitación de hotel cómoda, bien decorada, y hasta espectacular si quieres, con unas vistas impresionantes, pero a la que le falta el minibar.

jueves, 18 de junio de 2009

Un buen final (consideraciones después de haber leído 'La reina en el palacio de las corrientes de aire', el último de Stieg Larsson)


(Poco antes de colgar esta entrada, nos llega un mail de la editorial: dicen que en un sólo día han vendido más de 200.000 ejemplares, aunque este tipo de datos ya se sabe el rigor y la credibilidad que suelen tener.)

La fecha oficial de salida era hoy, pero ya anoche, el Vips estaba lleno de ejemplares de La reina en el palacio de las corrientes de aire (Ed. Destino. Traducción de Martin Lexell y Juan José Ortega Román), el final de la trilogía Millennium, el último de Stieg Larsson.

Menudo despliegue.

Tenían un expositor en la entrada. Y había libros también al lado de la caja por si a alguien se le olvidaba.

Y una mesa enorme: cuatro metros por uno, o uno y medio. Todo, todo, todo lleno de Larsson.

Como nos dijo el otro día una librera a la que entrevistamos: ni Crepúsculo, ni Harry Potter, ni Ruiz Zafón, no hay un fenómeno editorial comparable al de la trilogía Millennium.

Ayer también el suplemento Culturas de La Vanguardia, uno de nuestros preferidos, le dedicaba la portada. Y cuatro páginas. Y Sergio Vila-Sanjuán publicaba una crítica.

De momento es la única crítica que hemos visto, aunque seguro que hay otras por ahí.

Sólo estamos de acuerdo con ella en parte.

Pero da igual: es bonito disentir.

Y ahora ya sí, por fin, te contamos qué nos ha parecido a nosotros, intentando destripar lo mínimo, y dejando claro, por si alguien aún no lo sabía, que nos gusta Larsson, y que hemos disfrutado mucho, mucho con él, sobre todo con La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, y que nos seguimos declarando enamorados de Lisbeth Salander.

Al tema:

1. Larsson empieza bien, muy potente, con la llegada a urgencias de Lisbeth y Mikael, justo donde acabó el anterior. Pero luego le cuesta arrancar. Ya le pasaba en los otros. Aunque en éste, mucho más: tiene que recordarle al lector cómo terminó el anterior, toda la trama, todos lo personajes. Se agradece, porque si no, nos perderíamos, pero lastra el ritmo.

2. Lo mismo puede decirse de toda la novela: no resulta tan ágil como las otras. Hay tantos personajes y tantas historias ya acumuladas, que Larsson se ve obligado a ir dando pequeñas notas al lector. Y explica quizá demasiado la trama. Se esfuerza permanentemente en dejarlo todo bien claro: lo que se sabe, lo que no sabe, cada nueva pista y cada paso en la investigación.

3. Pero engancha, claro que engancha. Ese concepto que a algunos les da tanta rabia, como si les pareciera muy vulgar, o como si les jodiera, como si una novela tuviera que ser aburrida y costarte un inmenso esfuerzo leerla. Aunque volviendo a Larsson, a estas alturas, él no necesita ya enganchar al lector: el que llega a esta tercera parte, después de haber leído más de 1.000 páginas, está rendido ante él, entregadito a la historia.

4. Lo bueno, lo que sí consigue, es no decepcionar en sus 854 páginas. Y eso parece casi un milagro. El ritmo sube o el ritmo baja, a ratos aburre un poco y a ratos eres incapaz de dejarlo (un capítulo más, sólo uno más, te vas diciendo), pero Larsson es Larsson y mantiene el nivel. No se le va la olla. No engaña al lector. No quiere convertirse en otra cosa. Larsson no la caga y nosotros, ante eso, sólo podemos darle las gracias.

5. Y ahora, toca un palo: verosímil, lo que se dice verosímil, no es. Hay muchas cosas que chirrían, que no resultan creíbles. Pero mejor aquí no dar detalles ni poner ejemplos. Sólo una aclaración: no nos referimos a Lisbeth Salander. A nosotros, con ella, nos pasa como con un mal amor: nos lo creemos todo. Y mejor cuanto más disparatado. Enlazamos este punto con lo que menos nos ha gustado.

6. Ella, nuestra Lisbeth, no está tan presente. Después de esa apoteosis de la señorita Salander que fue La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, esta última entrega nos sabe a poco. Hubiéramos querido más Lisbeth, más superpoderes suyos, más venganzas, más malos ajusticiados con sus propias manos, más, muchos más. Y nos apuntamos sin dudarlo como caballeros de la mesa chalada. ¿No sabes qué es eso? Pues para descubrirlo tendrás que leerte este último libro.

7. Pero hay otras mujeres. Larsson sigue explorando sus fantasías sexuales y convirtiéndolas en las fantasías de todos sus lectores. O de una parte de ellos. Y de ellas. Primero fue esa Lolita bisexual y promiscua, de apariencia muy frágil pero peligrosa como la que más. Nos referimos a Lisbeth Salander, claro. Después vino la pija madurita, profesional de éxito, brillante y tía buena experimentada, que además es tu amiga, tu mano derecha en el trabajo y con la que practicas el sexo libre y alegremente cada vez que a uno de los dos le apetece. Y ahora hay una nueva, atentos a Monica Figuerola: ex deportista de élite, ex culturista, vigoréxica, rubia, con más de 1,80 de altura, listísima como todas y lectora de ensayos sobre la mitología clásica. Otra bomba sexual. Bien por Larsson. Y bien por Mikael, ese macho alfa, aunque sensible y considerado, al que no se le resiste ni una.

8. Larsson también insiste en la denuncia. En este caso, de eso que llaman las cloacas del Estado. Aunque aquí, el Estado sale bastante indemne. Incluso reforzado. Tampoco daremos más detalles. Pero sí que recomendamos, en otro orden de cosas, la lectura de La reina en el palacio de las corrientes de aire a todos aquellos directivos y responsables de medios de comunicación que pretenden salir de la crisis a base de despidos y de precarizar las condiciones de trabajo de sus empleados o colaboradores. O sea, ofreciendo productos cada vez un poco peores y menos interesantes para el lector.

9. Y unido a lo anterior, lo que más nos ha gustado han sido determinadas sorpresas, algunos giros del argumento, y subtramas tan tronchates como la de los sanitarios (tronchante, trágica y muy, muy creíble), o tan adictivas y que mantienen tan bien la intriga como la que protagoniza Erika Berger.

10. ¿Y el final? Ignoramos los planes de Larsson y si, en efecto, quería escribir 10 libros más o iban a ser 50, pero La reina en el palacio de las corrientes de aire es un digno, dignísimo final, que apenas deja cabos sueltos y con un final-final, esas dos últimas páginas, estupendas. Larsson remata con clase, con inteligencia y con generosidad.

Y ya, mañana salgo de viaje.

Pero es por una buena causa.

No creo que escriba hasta el lunes.

miércoles, 17 de junio de 2009

El día que yo salvé el mundo (ángeles, moscas y Barry Gifford)



El día que Obama mató a su primera mosca (delante de las cámaras), yo salvé el mundo.

Con mi esfuerzo.

Con mi sudor.

Con mis ojos cansados.

Con mi agotamiento.

Con mi espalda dolorida.

Con otro trabajillo de mierda (aunque esta vez bien pagado).

Con la convicción de que yo era la mosca, y Obama era Obama, y el mundo era el mundo.

Y con la pena de que me mató, pero no quiso ni siquiera comerme.

O sí.

Porque al final, me recogió del suelo, con uno de sus pañuelos blaquísimos (y seguramente de papel).

Y entré en su boca.

Y mis alas transparentes rozaron su lengua.

Y no le produje ninguna alergia.

No le hinché la glotis ni la campanilla ni la traquea.

Me deslicé por el esófago.

Llegué hasta el estómago.

Y una vez allí, justo en el ombligo del mundo, pero desde el otro lado, desde el lado de la carne, recité un poema de Barry Gifford que llevaba todo el día rondando por mi cabeza, como si fuera la nueva canción del verano, o como si tuviera cita para tatuármelo al día siguiente en uno de mis muslos.

El bueno de Barry decía así:
Seguimos
entre
las bestias ignorantes
aparentando ser
ángeles
Nota 1: El poema aparece en el libro Las cuatro reinas. Editorial La Fábrica. Traducción de Laura Emilia Pacheco.

Nota 2: Prometemos que sí, que mañana jueves nos dejamos de gilipolleces y nos centramos, sacamos tiempo de dónde sea y te contamos con calma que nos ha parecido La reina en el palacio de la corrientes de aire, el último de Stieg Larsson.

martes, 16 de junio de 2009

Leyendo a Jean Genet (pero sin fuerzas para hablar de él)


Íbamos a escribir hoy sobre Jean Genet (el de la foto) y su libro El niño criminal, que acaba de publicar Errata naturae, con traducción y prólogo de Irene Antón. Ya hicimos una mención a él.

Nos ha gustado mucho.

Mucho, mucho, mucho.

Es un libro extraño y difícil, muy exigente, pero también bellísimo.

Tan bello (qué palabra más cursi), como sólo lo puede ser Genet, el presidiario, el criminal, el chapero, el maricón, el apóstol del mal (otra cursilada) y el escritor, sobre todo, eso, el escritor.

Algo tan bello como esto:
No ayudaré a mi amante para que viva y se perpetúe, sino para que reviente. Mi actitud será la demostración de que cada uno de nuestros actos se clausura, se devora, rechaza engendrar el siguiente. Persigo su muerte y la mía. Dondequiera que esté, bajo cualquier tejado, que una lluvia fina lo empape hasta la médula, lo devaste, pero, sobre todo, que una sutil desesperación nuble su pensamiento y lo aleje de todo proyecto. Sabrá que se muere.
Íbamos a hacerlo.

Pero han pasado dos cosas.

La segunda ha ocurrido hoy: demasiado trabajo, demasiadas obligaciones, demasiado cansancio.

La primera ocurrió ayer: Enrique Vila-Matas escribió un artículo sobre Genet y este libro en El País.

Qué cabrón, qué bueno, y eso que a nosotros Vila-Matas suele aburrirnos bastante, pero de vez en cuando se marca algo así y entonces, mejor es callarse y no volver a decir nunca que es uno de los escritores españoles más sobrevalorados.

Por favor, léelo.

Frente a eso, y con este cansancio (no hagas caso si el ordenador dice que esto está escrito a las 17.05, eso es cuando hemos colgado la foto, en realidad ya es de madrugada), nosotros sólo podemos delirar y hablarte del bar que hay debajo de casa, un bar muy chungo, que frecuenta la clase de gente que le gustaba a Genet: ladrones, asesinos, camellos, estafadores. Carne de presidio.

Aunque hasta para eso nos sentimos sin fuerzas.

Mejor otro día.

Porque además, mañana promete ser peor incluso que hoy.

lunes, 15 de junio de 2009

Uno moderno, un clásico y uno político (los libros de la semana)


Anoche acabamos La reina en el palacio de las corrientes de aire, el último de la trilogía de Stieg Larsson (Ed. Destino).

¿Nos ha gustado? Sí.

¿Nos ha enganchado? También.

¿Nos ha entusiasmado? No.

Pero mejor te lo contamos el jueves, cuando se ponga a la venta el libro.

Ahora queremos cambiar de registro.

No más novelas negras.

Por lo menos durante una temporada.

Y eso que tenemos algunas con muy buena pinta.

Ahora el cuerpo nos pide libros serios, aburridos y pretenciosos.

Ahora el cuerpo nos pide literatura.

Es coña, claro.

No creemos que ninguno de estos tres libros sean aburridos o pretenciosos.

Quizá alguno sí que sea serio, pero eso no es malo.

Hoy toca hablar de tres libros que nos apetece leer.

En esta ocasión, uno moderno, un clásico y un ensayo político.

1. Intente usar otras palabras. Germán Sierra. Ed. Mondadori.

La historia de un tipo que se cree el protagonista de la novela que escribe su ex amante. Pero como ella no la acaba, contrata a un autor desconocido para que la termine él.

Suena a metaliteratura (literatura por lo general aburridísima que habla de literatura) y a jueguecito ingenioso.

Pero no, la hojeamos y parece divertida. Divertida e inteligente.

"Una fábula sobre la corrupción, el arte, el deseo de vivir a costa de los demás, la fama cutre, el placer de sentirse observado, la realidad cotidiana vista a través de los medios electrónicos y la narrativa literaria como tecnología obsoleta e improbable refugio de lo duradero", dice la editorial en la contra.

Alguien comenta que es experimental y además, el autor se dedica a la ciencia: da clases y publica artículos de investigación.

Asusta.

Pero no, él es médico, o licenciado en medicina.

Y los médicos, cuando se ponen a escribir, nunca son un coñazo.

Mira a Rabelais, mira a Baroja, mira a Céline, mira a Martín-Santos.

Ahora mismo, no se nos ocurre ni un solo médico-escritor que no nos guste. Aunque seguro que lo hay.

2. Francia combatiente. Edith Wharton. Ed. Impedimenta. Traducción de Pilar Adón.

Ahora que parece que se han puesto de moda (moda relativa) los libros sobre la I Guerra Mundial, llega éste que recopila los artículos que escribió Edith Wharton tras visitar el frente francés.

Lo bueno de esta moda, a diferencia de la manía que antes les dio a algunos por la II Guerra Mundial, es que se recuperan los textos originales, muchos de ellos nunca publicados antes en castellano.

Edith Wharton fue una novelista americana de principios del siglo XX, una de esas autoras de vida intensa y sofisticada. Se la conoce sobre todo por escribir de la alta sociedad de su época. Escribir y criticarla.

Pero aquí cambia de tema. Ya lo hemos dicho.

Abrimos al azar y leemos:

"Hemos conocido al ser más feliz del mundo: un hombre que ha encontrado una misión."

Y lo que sigue es la historia de un cura que ha consagrado su vida a la guerra, ha creado un museo dedicado a ella, con candelabros hechos con balas y vírgenes cuya aureola es en realidad un puñado de bayonetas colgadas detrás de su cabeza.

El cura, además, se encarga de los muertos en el campo de batalla, de saber dónde se entierra a cada uno y cuál es su nombre.

3. Imperialismo. John A. Hobson y Vladimir I. Lenin. Ed. Capitán Swing Libros.

Dos ensayos de principios del siglo XX sobre el imperialismo.

Es decir, sobre el capitalismo y el mundo en el que vivimos.

El primero, escrito por un economista del partido laborista inglés. El segundo, un folleto, como el mismísimo Lenin lo llama (folleto de unas 130 páginas).

Cortamos y pegamos del segundo:
Este ejemplo típico de malabarismo en los balances, el más común en las sociedades anónimas, nos explica por qué sus consejos de administración emprenden negocios arriesgados con mucha más facilidad que los particulares. La técnica moderna de composición de los balances no sólo les ofrece la posibilidad de ocultar al accionista medio la operación arriesgada, sino que incluso permite a los individuos principalmente interesados descargarse de la responsabilidad mediante la venta de sus acciones en el caso de que fracase el experimento, mientras que el negociante particular responde con su pellejo de todo lo que hace...
Suena muy antiguo, ¿verdad? No tiene nada que ver con la actualidad.

viernes, 12 de junio de 2009

Más Larsson, mucho calor y Palestina

Seguimos leyendo a Larsson.

El último, el que sale el jueves: La reina en el palacio de las corrientes de aire (Ed. Destino).

Nos gusta.

Y previsiblemente nos pasaremos el fin de semana pegados a él.

Seguimos también pensando en piscinas.

Piscinas privadas en las que las chicas desnudan sus cuerpos al sol (Radio Futura).



Soñamos con ellas (con las piscinas).

Tenemos pesadillas.

Hace mucho calor y se acaba la Feria.

No vamos a ir.

Ya sólo saldremos de casa por la noche, cuando baje un poco la temperatura.

Habrá mil autores firmando y mil actos programados.

Mañana sábado Amnistía Internacional organiza una mesa redonda: "La población de Gaza y Cisjordania, víctima permanente". Es a las 13.00.

Te dejamos con un poema de Mahmud Darwish. Le llaman el "poeta nacional palestino".

Un pueblo sin Estado y casi sin tierras, al que se le niegan todos los derechos y se le convierte en víctima de décadas y décadas de injusticias, necesita un "poeta nacional", al menos eso, alguien que les dé fuerzas para seguir luchando y que quizá algún día cante su victoria.

Aunque Darwish ya no podrá ser. Murió el año pasado.

El poema se llama En esta tierra y es del libro Menos rosas (Ed. Hiperión. Traducción de María Luisa Prieto):
En esta tierra hay algo que merece vivir: la indecisión de abril, el olor del pan
al alba, las opiniones de una mujer sobre los hombres, los escritos de Esquilo, las primicias del amor, la hierba
sobre las piedras, las madres erguidas sobre un hilo de flauta y el miedo que los recuerdos inspiran en los invasores.
En esta tierra hay algo que merece vivir: el fin de septiembre, una dama que entra,
con toda su lozanía, en la cuarentena, la hora de sol en la cárcel, nubes que imitan a un grupo de
seres, las aclamaciones de un pueblo a quienes ascienden, sonrientes, hacia su muerte y el miedo que las canciones inspira a los tiranos.

En esta tierra hay algo que merece vivir: en esta tierra
está la señora de la tierra, la madre de los preludios y de los epílogos. Se llamaba Palestina. Se sigue llamando
Palestina. Señora: yo merezco, porque tú eres mi dama, yo merezco vivir.

jueves, 11 de junio de 2009

Tenemos el libro más deseado (el último de Larsson) y el menos menos vendido ('El destripador', de Robert Desnos)



Hoy es un día raro.

Fiesta en Madrid.

El Corpus.

¿Cómo?

Corpus Christi.

Nos recuerda a la abuela, a cualquier abuela de cuando las abuelas eran viejas y abuelas, y a sus refranes.

Aprieta el calor e imaginamos a la gente en las piscinas.

También en la Feria.

Hoy había ese encuentro tan bonito, el de los 'worst sellers', preciosa palabra: cinco editores pequeños iban a hablar de sus grandes fracasos, sus títulos menos vendidos.

Los detalles, en Divertinajes, la web de Eva Orúe, la moderadora. Ayer ya te remitimos a ella.

No hemos ido, pero tenemos aquí una de las obras de las que iban a hablar, un libro ilustrado: El destripador, de Robert Desnos y con dibujos de David Sánchez (Ed. Errata Naturae. Traducción de Irene Antón).

En su día hasta lo reseñamos para On Madrid, con lo que nos sentimos un poco partícipes de su fracaso.

Insistimos en recomendarlo, sin ninguna esperanza. Al revés, lo hacemos casi con miedo: quizá terminemos de hundirlo.

Cortamos y pegamos lo ya dicho, una autocita, qué ordinariez:
De qué va. Los artículos que Desnos escribió a finales de los años 20 sobre Jack el Destripador, tras descubrirse en París el cadáver de una mujer que parecía haber sido asesinada por la misma mano. La reconstrucción del caso concluye con un juego literario que involucra al propio autor en el misterio sobre la identidad del asesino más famoso de todos los tiempos...

Qué nos gustó. Desnos, conocido por su relación con el surrealismo y otras vanguardias, escribe fascinado por El Destripador, aunque con la frialdad de un forense al tratar los aspectos más truculentos. Lo mismo puede decirse de los dibujos de David Sánchez: muy claros y muy limpios, pero que chorrean toda la sangre que exige la historia.
Y además de eso, añadimos que ahora que tanto se llevan los libros ilustrados, El destripador es uno de los mejores que han pasado por nuestra manos: por el texto, por los dibujos, por la edición, por rescatar a Desnos y a Jack El Destripador, y sobre todo, por lo bien que se entienden, con 80 años de diferencia, las palabras con las imágenes, las descripciones de Desnos y la interpretación que hace de ellas David Sánchez.

Cortamos y pegamos:
La mañana del 9 de noviembre de 1888, encontraron a Jessie acostada, completamente desnuda, en la cama.
Le habían cortado el cuello de una oreja a otra con una larga incisión. Le habían arrancado la nariz y las orejas. Los senos, seccionados limpiamente, estaban colocados sobre la mesilla de noche. El estómago y el vientre estaban completamente abiertos. La cara, llena de cortes, resultaba irreconocible. Los riñones y el corazón, extraídos de sus alveólos naturales, reposaban en el muslo izquierdo. El asesino se había llevado a modo de lúgubre trofeo toda la parte inferior del vientre, con los órganos que contenía.
Las ropas de la desgraciada estaban colocadas ordenadamente en una silla. Nada indicaba que hubiese habido lucha.
Texto que se corresponde con esta ilustración (sentimos la pésima calidad de la imagen, es una foto hecha con el móvil):



¿Gore?

No, al contrario. Retorcido, casi cruel por su frialdad, sangriento, muy sangriento, pero exquisito y diferente, que es lo que se supone que debe ser un libro ilustrado.

¿Y el último de Larsson?

Aquí lo tenemos, La reina en el palacio de las corrientes de aire (Ed. Destino y traducción de Martin Lexell y Juan José Ortega Román), un tocho de 854 páginas, algo incómodo de leer, tanto en el metro como en el sofá.

Pero eso no parece importarle a nadie. Tampoco a nosotros, que siempre hemos defendido a Larsson y que lo consideramos el único fenómeno editorial de los últimos años también interesante desde un punto de vista literario.

Te remitimos a lo ya escrito sobre Larsson.

Y por primera vez en la vida, todo el mundo intenta quitarnos un libro. Todos quieren que se lo dejemos. A todos les da muchísima envidia.

Hasta nos han amenazado con entrar en casa y robarlo. O secuestrarnos.

Eso estaría bien, tendría su punto, pero no, no puede ser, antes nos toca leerlo a nosotros. Nos han encargado un trabajillo sobre el lanzamiento.

Y el jueves 18, justo el día que se pone a la venta, colgaremos aquí una reseña, o lo que nos salga, contando qué nos ha parecido.

De momento, y como siempre Larsson, empieza bien, un poco poniéndote al día y recordando lo que pasó en las anteriores novelas.

Y sí, se sigue leyendo como los otros: anoche, de una tacada, cayeron casi 200 páginas sin darnos cuenta.

En la web de Antena 3 (también del Grupo Planeta), puedes leer el primer capítulo. Hoy lo han colgado.

miércoles, 10 de junio de 2009

Berlusconi no arderá (sobre la novela 'Esta vez el fuego', de Michele Monina)


Qué escándalo.

Llevamos una semana oyendo hablar del tema.

El País ha publicado las fotos de Berlusconi rodeado de mujeres desnudas o semidesnudas y hombres empalmados en su finca de Cerdeña.

¿Y?

¿De verdad alguien se ha sorprendido?

¿No lo sabíamos ya?

¿Quedaba alguna duda sobre la forma que tiene Berlusconi de entender y ejercer el poder?

Dicen que Berlusconi es el emperador.

Pero no, Berlusconi es Dios.

Omnipotente.

El más rico de su país.

Lo tiene todo.

Y está por encima de cualquier cosa.

Escribe las leyes.

Y se las salta si le da la gana.

Nada le afecta.

Italia le pertenece.

Hagas lo que hagas no hay forma de escapar de él.

Y tiene ramificaciones por todo el planeta.

Le pone los cuernos a sus aliados políticos (Piqué).

O le dice a un arrogante galán de cuarta (Sarkozy) lo peor que se le puede soltar a alguien así sobre su mujer: "Yo te la he dado". Como dando a entender: alguna vez fue mía. Y te la puedo quitar cuando quiera.

Al hombre más poderoso del mundo le describe como: "joven, guapo y bronceado". Y a Merkel la tiene 15 minutos esperando mientras él atiende su teléfono móvil.

Berlusconi es un fanfarrón.

El fanfarrón que decide en Italia lo que es verdad y lo que no.

Y el que lo difunde con sus medios.

Sólo le faltaba ordenar, vía decreto ley, cuando deben morir sus súbditos. Pero eso también lo hizo en el caso Eluana. Y se llevó todo el Estado de Derecho por delante.

Y sí, por supuesto, se folla a quién le da la gana: a tu madre, a tu hermana, a tu hija, a esa inmensa corte de muchachitas vírgenes que aspiran a convertirse en azafatas del Telecupón.

Berlusconi no tiene freno.

Pero eso ya lo sabíamos todos.

¿Y cómo es posible?

¿Por qué, a pesar de todo, le votan sus compatriotas?

Se ha escrito mucho estos días al respecto.

Nosotros hemos leído una novelita que tiene ya diez años, pero que acaba de publicar en España la editorial Periférica: Esta vez el fuego, de Michele Monina (un italiano de 1969).

Es la historia de una manifestación contra Berlusconi en 1994, cuando el bicho acababa de llegar al poder.

Monina escribió el otro día un artículo en Babelia, dónde daba algunos detalles sobre la época y ofrecía su visión del libro y del Berlusconi actual.

A nosotros Esta vez el fuego nos ha interesado. Mucho. Aunque no sabemos si nos ha gustado.

Nos interesa por lo que tiene de explicación del fenómeno Berlusconi.

¿Habla de Berlusconi?

No.

Habla de la oposición que en todo este tiempo no ha conseguido frenarle.

De un sector en concreto: una juventud de izquierdas y políticamente comprometida.

O supuestamente comprometida.

O ingenuamente comprometida.

A nosotros, de hecho, nos pareció una gran retrato de esos jóvenes que dicen que van a parar al monstruo pero que en realidad actúan como si acudieran a una fiesta, o a un partido de fútbol, o un macrofestival de música.

Al principio, nos llamó la atención justo eso: no era autocomplaciente.

Después del 68, y de todas las tonterías que se han contado y aún se siguen contando al respecto, ningún relato de iniciación política debería mirarse a sí mismo con esa ñoña fascinación de: "jo, cómo molo, qué auténtico soy".

En efecto, estos jovenzuelos de Monina carecen de cualquier épica: viajan en trenes pagados por sindicatos con los que no comparten demasiadas cosas, se ponen en huelga pero no trabajan, y sí, lo reconocen: "jo, es que no hacemos nada" o "jo, a ver si maduramos".

Un buen punto de partida para entender cómo Berlusconi se folla a toda Italia.

Y cuidado, porque aquí en España nos follan igual, o el doble.

Y que Dios, o el diablo, nos libre de un Berlusconi porque no levantamos cabeza en 4o años. Y luego, eso sí, nos ponemos todos a hacer cola para despedirle en el Palacio de Oriente.

O sea, que estos jovenzuelos de Monina, en torno a los 25 años en la historia, son muy blanditos.

Van a un acto político, pero casi no hablan de política.

Sus referentes son otros. Su identidad se ha ido forjando gracias a mil mitos, a mil imágenes sin demasiado contenido. Toda esa basurilla audiovisual: el rock'n'roll, la MTV (en la que Monina tiene o presenta un programa), los colores de su equipo de fútbol y una camiseta con la cara del Che.

El resto ya te lo sabes: la universidad como excusa para no enfrentarse a la vida, muchos porros, mucho alcohol, muy pocas ideas (como el propio protagonista denuncia) y mucha, muchísima confusión, un cacao mental impresionante.

En plena manifestación, el narrador va y dice:
Todo parece una película preciosa en la que nosotros somos los intérpretes. Ponemos nuestras mejores caras, aunque en realidad casi no hemos dormido y con las bolsas que tenemos debajo de los ojos podrías ir a hacer la compra y te ahorrarías cien liras. Pero igualmente nos aclaramos la garganta, preparados para proferir invectivas. Hoy hay movidas para Bossi, Fini y Berlusconi, que maldito él, rima en consonante con coglioni, que cuando bajó al campo, como él dice, no sabía que le íbamos a dedicar estos coros. Por otro lado, ¿que significa bajar al campo?
Pues eso, los jovenzuelos se creen en una película y no saben lo qué es bajar al campo.

Berlusconi, en cambio, sí. Berlusconi rima en asonante con coglioni, ja, ja, ja, que gracioso, que bufón, que mamarracho. Pero luego baja al campo, sí, él baja al campo, y se los folla a todos. Berlusconi es en realidad quien dirige la película, y el que la produce, y el que hace el casting, y el que se lleva todos lo beneficios.

Y tú, pobre idiota, sólo eres un extra.

Después, la novela se convierte en otra cosa, se le va un poco a Monina de las manos y esos jóvenes militantes de izquierdas se convierten en hooligans.

Un final efectista y violento, un poco o muy forzado, absurdo.

Aunque Esta vez el fuego tiene algo: es el testimonio de la enésima derrota. Y ofrece algunas de las posibles causas.

Cerraba el otro día Monina su artículo en Babelia con esta frase: "En 1994, año es que se desarrollan los acontecimientos de la novela, el fuego no llegó. Quizá esta vez sí".

Ojalá, ojalá que sí.

Pero parece que no, que esta vez tampoco, que Berlusconi con cada abuso y cada majadería se vuelve más y más fuerte. Más incluso. Hasta convertirse en incombustible.

Lo vimos el domingo pasado en las urnas y llevamos toda una semana escuchando distintas explicaciones al respecto.

(Mañana es fiesta en Madrid y hay un acto que merece la pena en la Feria del Libro. Es a las 13.00. Los representantes de cuatro editoriales pequeñas van a hablar sobre los 'Worst sellers'. O sea, los libros menos vendidos. Modera Eva Orúe y en su Círculo de iluminación te cuenta ella más cosas. Nosotros mañana hablaremos de uno de esos desastres editoriales, que nos gustó mucho, y del último de Stieg Larsson. Casi, casi lo tenemos ya en las manos.)

martes, 9 de junio de 2009

Cerrado por avería (gracias a Jazztel y a su servivió técnico)



Cortamos y pegamos del prólogo de ¡Viva la CIA! ¡Viva la Economía! (Virus Editorial), de Santiago Alba Rico, un libro en el que se recogían varios guiones de La bola de cristal:
Sade, como Avería, viene a decirnos: en el reino del Mal, bajo el gobierno del Mercado-Naturaleza, el bien es un pecado, la virtud es un delito de lesa humanidad contra la dignidad del hombre, ser inofensivo constituye una falta gravísima de insolidaridad criminal. El que se preocupa de su alma ofende su propio cuerpo y amenaza el de los demás. No derribar la Bastilla, en fin, es un gravísimo pecado que merece un castigo terrible. El rayo que mata a Justine, como el gripante y fundiente de Avería, viene a castigar precisamente el delito de no rebelarse contra el Mal, el pecado de aceptarlo como si formara parte, en efecto, de la naturaleza. En el mundo del Mal, en suma, hay víctimas y verdugos, y sus papeles son probablemente intercambiables porque lo que no hay –desde luego– es inocentes.

(...)

De este modo Avería, ensañándose con los inocentes, escarmentando a los inofensivos, triturando a toda esa buena gente que se ocupa sobre todo de su alma, nos enseña la misma lección que Sade o Brecht: en el reino del Mal la virtud no merece un particular respeto o admiración; merece, más bien, un severo castigo. No se puede transformar el mundo con la varita de masturbar nuestras virtudes: hay que derribar la Bastilla.
(Las negritas son mías. Las cursivas, del autor.)

lunes, 8 de junio de 2009

Un paseo por la Feria de Libro (impresiones)


1. Hay mucha gente. Gente de todo tipo, como cada año: niños, familias, viejos, jovenzuelos. A algunas casetas no puedes ni acercarte.

2. Los autores que firman, detrás del mostrador y con el cartelito encima, me producen una sensación extraña, más que nunca, no sé por qué. Como animales tristes y desconcertados.

3. No hay grandes colas. Incluso los autores más mediáticos despiertan poco interés. Arrasa Geronimo Stilton, que es un ratón, un actor disfrazado de ratón. Los padres, con sus hijos, esperan tranquilos. Pero hay un guardia jurado controlándolo todo. Por si de pronto los niños enloquecen en masa, supongo.

4. También tiene una gran cola Ibañez, el de Mortadelo y Filemón. Hasta le han puesto en una especie de carpa. Le siguen en número de fans Javier Cercas, Manuel Rivas y Boris Izaguirre.

5. Está el padre Mundina, el cura que se ha pasado toda la vida hablando de plantas. La gente para, se le queda mirando y dice: anda, pero si aún sigue vivo. Y luego continúan el paseo. Todos hacen (hacemos) lo mismo.

6. Mi Supercolega librera me enseña un libro muy chulo: El magnífico plan de Lobo, de Melanie Williamson (Ed. Edelvives). Es infantil. Una fábula sobre el capitalismo. El lobo se ha quedado sin dientes y engaña a las ovejas: las pone a trabajar para que le paguen una dentadura nueva. Su idea es comérselas a todas en cuanto vuelva a tener piños. La vida misma. Igual, igualito que los contribuyentes financiando a la banca. Lo bueno es que en los cuentos, a veces, sólo a veces, triunfa el proletariado.

7. Otro colega me habla de un cómic, Madman. Parece un rollo muy friqui, pero tiene gracia: sus enemigos son los beatniks: Kerouac, Allen Ginsberg y toda esa gente.

8. No veo nada que me llame demasiado la atención, ningún libro. Hojeo la adaptación al cómic de El curioso caso de Benjamin Button, de Francis Scott Fitzgerald (Ed. Gadir). Pero otro colega me dice: no te lo compres, ya te lo dejo yo.

9. Me encuentro con Kiko Méndez-Monasterio. Kiko escribió una de las novelas más extrañas del año pasado: La calle de la luna (Ed. Ambar), una mezcla de El guardián entre el centeno y El viaje al fin de la noche. Contaba el proceso de corrupción de un pijo de provincias que se viene a estudiar a Madrid. Era una novela muy de derechas, muy nostálgica, muy sentimental. Y al mismo tiempo, muy amarga y muy vivida. No hacía trampas. Era una buena novela. Otro día te hablamos de ella. Hay mucho que decir al respecto. Tanto, que Kiko debería convertirse en el gran reaccionario de este principio de milenio tan bobo, un Céline, un Chateaubriand. Le sobra talento y desesperación. Le necesitamos.

10. La caseta de Vips es la más ridícula de toda la Feria. a las chicas que la atienden les han puesto uniforme, con el polito rojo y la gorra. No sé qué coño venden, pero están desbordadas.

11. Paro en la caseta de Visor. Cojo un libro: Un sendero nuevo a la cascada. Últimos poemas, de Raymond Carver. Abro al azar y leo:
Olvida todas las experiencias que impliquen muestras de dolor.
Y cualquier cosa que tenga que ver con la música de cámara.
Museos en tardes lluviosas de domingo, etcétera.
Los viejos maestros. Todo eso.
Olvida a las jóvenes. Trata de olvidarlas.
A las jóvenes. Y a todo eso.
Decido comprarlo. En la misma caseta, justo al lado, firma Alejandro Jodorowsky. Pero yo no me lo creo. Me aburre muchísimo, como todos los charlatanes, y los esotéricos, y los neomísticos. Parece viejo y cansado. Da la impresión de que los trucos le han dejado de funcionar.

Maestro, me dan ganas de decirle, para recuperar la vitalidad recurra a la psicomagia, haga uno de sus conjuros: cáguese literalmente en todos sus libros y después, coja a sus seguidores y métalos en la caseta. Préndales fuego. Libere su alma de semejante responsabilidad, de tanta gente que recurre a usted con la esperanza de curarse.

Yo no, yo no quiero curarme. Yo, en todo caso, aspiro a la Salvación.

Y por eso me largo ya de la Feria.

Y haré caso a Carver.

Prometo olvidar: la música de cámara, los museos, las tardes lluviosas de domingo y a las jóvenes. Sobre todo a las jóvenes.

También a esa escritora que veo poco antes de salir: como una vieja estrella del rock, con gafas de sol y una cara de mala hostia que asusta.

Eso es actitud.

No habrá firmado un libro en toda la tarde, pero a mí me ha convencido: prometo leerla en cuanto llegue a casa.

Sus obras completas.

Una señora con semejante distancia frente al mundo, o tan soberbia, o tan desencajada, o tan puesta de ansiolíticos, seguro que tiene algo importante que decir.

viernes, 5 de junio de 2009

De peces y pescadores muertos (sobre 'La playa de los ahogados', de Domingo Villar)


Lo de ayer fue como un chiste de Faemino y Cansado.

El alergólogo ratificó su diagnóstico: anisakis.

O sea, nada de comer pescado.

Pero la alergia, nos advirtió, también puede ser al ron, al hielo industrial, a los kikos y hasta a este blog.

Hay que restringirlo todo.

Cualquier cosa nos puede cerrar la traquea.

Cualquier cosa nos puede matar.

Eso ya lo sabíamos. Eso lo sabe todo el mundo. Para eso no hace falta ir médico.

Y el final, igualito también que Faemino y Cansado: qué se joda el doctor, que además se parece a César Vidal, y por la noche nos fuímos a cenar a un japonés.

Un japonés con nombre de libro: Kokoro, de Natsume Soseki, reeditado este año por Gredos. Otro día te hablamos del restaurante y de la novela.

Hoy mejor hablamos de peces, seguimos hablado de peces, y de pescadores muertos, de Domingo Villar y de su estupendo libro La playa de los ahogados (Ed. Siruela).

Al principio, cuando lo vimos, nos dio miedo y lo comentamos: casi 450 páginas.

¿Se le había ido la mano a Villar?

No, a Villar no se le ha ido la mano.

Al revés, a Villar la mano le ha madurado, y ha conseguido hondura, y la controla de maravilla: la mano, la trama, el ritmo, la ambientación... Todo.

Resumimos el argumento en dos líneas: un pescador aparece muerto en la playa de Panxón. Todos creen que es un suicidio, pero el inspector Leo Caldas y su ayudante Rafael Estévez se ponen a investigar el caso y...

Y mejor no contar más, como de costumbre. Mejor leerlo e ir descubriendo la historia, toda las vueltas que da, los personajes, subtramas y pistas que van apareciendo: los naufragios, los fantasmas y los crímenes del pasado que vuelven de pronto, las relaciones del protagonista con su padre, la sombra de la ex pareja de Caldas, las dificultades de su ayudante maño para adaptarse a Galicia...

La playa de los ahogados, como el anterior libro de Villar, Ojos de agua, es una novela negra.

Novela negra a la gallega.

Y eso es muy importante: ahora hay novelas negras americanas, francesas, suecas, escocesas, chinas, indias, palestinas...

Pocos géneros tan difundidos, tan leídos y tan cultivados.

Y no es por una moda o un capricho.

O porque haya crímenes y malos en todas partes.

O porque exista un esquema que se adapta a cualquier cultura.

No, la novela negra ni es esquema ni se adapta, la novela negra se empapa de la realidad, está hecha justo de eso, de realidad, y es uno de los artefactos narrativos más potentes para definir una sociedad y su tiempo.

En este caso, Villar habla de la Galicia actual, de Vigo, de los excesos urbanísticos y de mares esquilmados en los que ya apenas se encuentran peces, de puertos donde sólo pescan tres barcos y de lonjas a las que siempre acuden los mismos compradores, de gente que sigue creyendo en los fantasmas y de supersticiones para librarse de ellos, de nuevos ricos y de un mundo que ve en el turismo su principal esperanza. Pero también su mayor enemigo.

Villar, que es crítico gastronómico, incluye además las cosas que ama. Y consigue algo muy difícil, no ya transmitir ese amor, sino contagiarlo. Amor por el vino y los viñedos que cultiva el padre de Caldas, por la cocina, por el marisco, por los bares y por los restaurantes.

Aquí no hay tiros ni persecuciones a toda velocidad por la autopistas. Villar no va de duro.

Aquí hay melancolía, una tristeza que no es ñoña, sino más bien una forma de estar en el mundo. Y cierto toque de ironía, o mejor, de retranca. Y una obsesión, la del inspector Caldas y la de algún otro personaje por hacer justicia y que cada cual pague sus culpas. Villar no va de blando.

Con todo ello Villar crea un atmósfera, por llamarlo de alguna forma, que envuelve y atrapa al lector.

Atrapa también por su ritmo, casi perezoso al principio, pero que luego se va acelerando según la investigación avanza, y se complica, y da todos los quiebros que exige el género.

Te atrapa y se te queda pegada, o se te queda dentro. Da igual, lo que queremos decir es que La playa de los ahogados te la llevas puesta y sigue contigo incluso después de haberla acabado.

Y no le sobra una página.

Lo dejamos.

Hay que empezar el fin de semana.

Veremos si comemos más peces, peces muertos, o si bebemos ron, o si acabamos en urgencias.

Pero esperamos que no. Esta vez, no.

(La foto de hoy es de nuestro último fichaje, la Srta. Valerie de la Dehesa, colega y fotógrafa, con la que estamos negociando un contrato para incorporarla como editora gráfica, aunque sólo sea a ratos.)

jueves, 4 de junio de 2009

Planeando el fin de semana (la Feria del Libro, García-Alix y los AC/DC)


Se ha hecho muy tarde.

Más de las ocho y ni una palabra en el blog.

Y es una pena, porque íbamos a hablar de La playa de los ahogados (Ed. Siruela), la segunda novela de Domingo Villar.

Nos ha gustado mucho.

Mucho, mucho, mucho.

Esta vez, sí.

Una estupenda novela negra.

Mañana prometemos dar una cuantas razones para leerla.

Hoy, en lugar de eso, empezamos a pensar en el fin de semana.

Hay un par de cosas interesantes.

Está la Feria de Libro.

En Madrid, claro. Las otras dos cosas también. Pero los libros, no. Los libros relacionados con ellas están, o pueden estar, en cualquier otra parte.

El viernes pasado le dedicamos a la Feria una entrada con nuestras casetas favoritas, librerías en las que solemos encontrar títulos que merecen la pena.

Ha empezado también PhotoEspaña. Te remitimos a su web.

Desde hoy jueves y hasta el sábado organizan unos encuentros sobre la relación entre fotografía y literatura.

Participa Alberto García-Alix (el de la foto de arriba).

García-Alix es un gran fotógrafo. Todo el mundo lo sabe.

Y además, escribe bien.

No, no es escribir bien, eso lo hace cualquiera.

García-Alix, cuando fotografía o cuando escribe, cuenta cosas interesantes.

El año pasado, coincidiendo con la exposición en el Reina Sofía, la editorial La Fábrica publicó sus textos completos. El libro se llamaba Moriremos mirando.

Eran artículos, prólogos para catálogos y algún guión.

Todos ellos, sobre su vida y las cosas que le gustan o que le han marcado, cosas como los colegas, las mujeres, las drogas, las motos, los tatuajes y por supuesto, la fotografía.

Con el estilo que le caracteriza, entre épico y arrabalero, pero siempre limpísimo.

Cortamos y pegamos del libro para que te hagas una idea:
"Si algo se distingue con claridad en mis fotos es la gente que me importa, los amigos que me han acompañado a lo largo del camino. Me gusta la literatura, y por lo tanto me gustan mucho los personajes complejos y literarios; seres generosos y comprensivos, llenos de matices, en los que el bien y el mal resultan por completo inseparables. Gentes que apuestan invariablemente a la misma carta y que, incluso perdiendo, son capaces de engrandecer la vida. Gracias a ellos, la película de los días adquiere densidad y la vida se convierte en una obra de arte. Un artista debería ser ante todo generoso. Y sin embargo, a la gran mayoría le aterra la idea de dar. Esa actitud me revienta tanto, que me hace maldecir la sola pretensión de querer ser artista, de llamarme fotógrafo."
Y luego están los AC/DC.

Mañana viernes tocan en el Vicente Calderón.

Madrid ya huele a azufre.

Toda la ciudad.

Pero no tenemos entrada.

Mierda.

Otra vez sin entrada.

No los veremos nunca.

Da igual.

Hay millones de cosas que no veremos nunca.

Y a los AC/DC les seguiremos oyendo.

Eso siempre.

A los AC/DC se les oye.

A los AC/DC no se les escucha.

La letra del Highway to hell también la tenemos tatuada en algún lugar de cuerpo.

No necesitamos excusas para cerrar hoy con un vídeo suyo, o para hacer lo que queramos, pero es que somos superserios y esto aún sigue siendo un blog de libros.

Así que te recomendamos uno: AC/DC Hágase el rock anr roll, de Murray Engleheart y Arnaud Durieux. Más de 400 páginas dedicadas a la historia de la banda.

No lo hemos leído. Pero lo editó el año pasado Global Rhythm y nos fiamos de ellos.

Si de algo saben en esa editorial es de música (aunque también de otras cosas, cada vez más).

Y mañana, sí, mañana hablamos de Domingo Villar y de La playa de los ahogados.